Cristóforo le dijo al capitán Fernándes que deseaba prolongar la estancia en Porto Santo unos días más. El capitán era un hombre que comprendía las cosas. Además, ¿acaso no era Cristóforo el representante del armador? En Funchal se había provisto de una buena reserva del excelente vino de Madeira y la María Uxía, con las bodegas cargadas de azúcar, estaba lista para hacerse a la mar. Si Cristóforo no tenía prisa, él tampoco.
Cuando partieron rumbo a Lisboa, cuatro días más tarde, Filipa iba a bordo.
―¿Estás segura de que el Rey João aceptará recibirme?
―Pues claro, mi familia es de las más antiguas y nobles de Portugal. Tan pronto seas mi esposo, dejarás de ser un vulgar comerciante genovés. Quizás deberías hacerte llamar Cristóvão… no suena mal, Cristóvão…
―¿Y si el Rey decide prescindir de mí? Dispone de excelentes navegantes y barcos. Si le muestro el mapa…
―No puedes hablarle del mapa ni del nuevo mundo. Dile tan solo que conoces la ruta para llegar a las Indias por el oeste. ¿No dices que por mar no hay otro camino posible?
―Así es, no existe otra forma. África se extiende hacia el sur sin límite conocido y por el norte hay hielos perpetuos. Pero, ¿cómo voy a convencerlo si no le digo que existe tierra a medio camino? La distancia es tan enorme que ningún marino se atrevería a hacerse a la mar. Ningún barco podría llevar víveres y agua para tantos días…
―Puedes decirle que Asia es más larga o que la Tierra es más pequeña ―dijo Filipa casi en broma.
Una alumna brillante. Para quitarse el sombrero.
―Que Asia sea más larga, puede ser, porque nadie lo sabe con certeza. Pero cualquier matemático o geógrafo se daría cuenta de que la Tierra no puede ser más pequeña de lo que es. Te había dicho que la latitud se podía calcular, ¿te acuerdas? Eso significa que la Tierra puede medirse en dirección de norte a sur, como hizo el griego Eratóstenes hace siglos… Entonces hay que suponer que la Tierra tiene las mismas dimensiones en dirección de este a oeste en el ecuador, porque si no, no sería esférica como una naranja, sino alargada como un pepino. No puedo engañarlos con esto…
―Te expulsarían de la corte a patadas.
―Pero no puedo arriesgarme a mostrarle el mapa al Rey ni a nadie. Si me somete al juicio de los matemáticos, trataré de convencerlos exagerando la extensión de Europa y Asia.
Oyeron el grito de «tierra a la vista» y subieron a cubierta. Solo vieron una masa de nubes que se fundía con el horizonte.
―Espero que el Señor ilumine a nuestro buen Rey João y a sus matemáticos― dijo Filipa.
―Espero que el Señor haya acogido en su Reino al piloto desconocido― dijo Cristóforo.
***
―¡Unid vuestras manos, y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia!
―Yo, Cristóvão Colombo, te recibo a ti, Filipa Moniz, como esposa y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
―Yo, Filipa Moniz, te recibo a ti, Cristóvão Colombo, como esposo y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Los acontecimientos posteriores son de dominio público. Lo que no cuentan las crónicas es si doña Henriqueta, al menos aquel día, derramó alguna lágrima de (sincera) emoción.
FIN
Contexto del texto:
Este relato escenifica la llamada «teoría del piloto desconocido»: Colón no se equivocó en sus cálculos, sino que sabía perfectamente lo que se iba a encontrar, gracias al mapa que obtuvo de un náufrago moribundo. Felipa Moniz Perestelo fue, en efecto, la primera mujer de Colón y madre de su primogénito, Diego. Era hija de Bartolomeu Perestelo, codescubridor de Madeira y primer gobernador de Porto Santo (en Portugal, el primer apellido es el de la madre).
Profecía:
Tal como van las cosas, las naciones pasarán de disputarse el origen de Colón a renegar de él. Ya se sabía que era medio perro y que cometió algunas tropelías. Pero lo que antes era normal, ya no lo es. Cada época tiene su Zeitgeist.