TENGO un libro electrónico y reconozco sus ventajas: es ligero, fácil de transportar (ideal para los viajes), puede contener una biblioteca entera y se puede leer por la noche sin encender la luz.
Peeeero (no es difícil imaginar lo que viene ahora) me siguen gustando más los libros de papel. Soy un firme partidario del “libro objeto” que acuñó Robert Escarpit en su Sociología de la literatura. Y lo cierto es que el tiempo le está dando la razón frente a los que auguraban su desaparición a manos del libro electrónico. Algo tiene que tener el libro de papel cuando sigue resistiendo relativamente bien al tsunami digital.
Además de la maravillosa (para mí) “experiencia de usuario” que proporciona el libro de papel (tipografía, tacto, olor), una de las cosas que más me divierte es tener una pila de libros pendientes de leer. Todo lector que se precie debe tener una pila de libros pendientes de leer.
Los japoneses han comprendido tan perfectamente la importancia de este concepto, que incluso tienen una palabra que significa “pila de libros pendientes de leer”: tsundoku.
A falta de una palabra equivalente en nuestro idioma, propongo que adoptemos tsundoku de forma inmediata. A lo mejor hay gente reacia a los préstamos lingüísticos (regalos, en realidad) que preferiría crear una palabra nueva, pero digo yo que no hay necesidad. Es lo mismo que con tsunami, que la gente empezó a usarla en lugar de maremoto, y ya sale en el diccionario.
En la imagen siguiente aparece mi tsundoku a día de hoy.
