DEJANDO a un lado la visión de rayos x, volar y tal, me parece que un verdadero superpoder es saber mantener la calma.
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QUE EL TIEMPO transcurre de atrás hacia delante, parece una perogrullada. Pero en realidad solo es un convenio cultural. Para los aimara, el tiempo va justo al revés: de delante hacia detrás. El pasado está delante (por eso puede verse lo que ya ha ocurrido) y el futuro está detrás (por eso no puede verse lo que va a ocurrir).
No es que estén locos estos aimara, en realidad no somos tan ajenos a su idea sobre el tiempo. En nuestro idioma, algo “anterior” o que ocurrió con anterioridad (en el pasado) está, precisamente, “ante” nosotros o “delante”. La parte “anterior” de algo es la parte de delante. Y algo “posterior” o que ocurrirá con posterioridad (en el futuro), está detrás. La parte “posterior” de algo es la parte de atrás.
El concepto de los aimara sobre el devenir del tiempo me parece más interesante que, digamos, el occidental. Porque nacemos con una cantidad de tiempo asignada que es finita (aunque desconocida a priori) y que se va descontando al ritmo de sesenta segundos por minuto. Se avanza en el espacio, pero se retrocede en el tiempo. Cuando el temporizador llega a cero, hasta luego, Lucas. Moraleja, …
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CÁNDIDO (nombre ficticio) es un flamante graduado y máster del universo. Lo que viene a ser el clásico jasp (joven aunque sobradamente preparado) de toda la vida. Amante de la estrategia, asume con ilusión su cargo directivo en una empresa de cuyo nombre no quiero acordarme.
Rápidamente identifica y clasifica los perfiles de la organización. El equipo no es perfecto, pero con estos bueyes hay que arar. Los procesos y las responsabilidades parecen estar bien definidos. Contempla la organización como un tablero de ajedrez. Es consciente de que la partida está empezada, pero es optimista: lleva la iniciativa (juega con blancas) y no le cabe duda de que sabrá mover sus piezas. Le encanta el ajedrez. Cuando sale de copas con sus amigos, les explica, ufano, la metáfora de su curro estratégico y el ajedrez.
No pudo evitar cierta inquietud cuando un alfil (metafóricamente hablando) le pidió una reunión. Le propuso un movimiento que a Cándido le pareció fuera de lugar. Le recordó, amablemente pero con firmeza, que tenía que ceñirse a las reglas y sólo podía moverse en la diagonal, ya le diría él hasta dónde, no fuera que ese caballo negro les diera un disgusto.
Disgusto el que se llevó Cándido al enterarse de que el alfil no le había hecho caso. ¿Es que no hablaba lo bastante claro? Se lo había chivado la reina blanca, a la que, dicho sea de paso, tenía bajo sospecha porque simpatizaba con las torres a espaldas del rey, lo que le resultaba del todo inconveniente para su estrategia.
Para más inri, el movimiento del alfil había sido un éxito (“brillante” era palabra que había empleado la reina blanca). Cándido intentó apuntarse el tanto diciendo que había sido cosa suya (las reglas están para saltárselas, ¿no?), pero el alfil ya había estado contando su versión por toda la empresa. A partir de entonces, tuvo la impresión de que el otro alfil y los peones lo trataban con menos respeto.
Precisamente fueron los peones los que le dieron el siguiente disgusto. Es verdad que no les había prestado mucha atención últimamente, pero es que el rey blanco lo llamaba a todas horas y no sabía decirle que no. El papel del rey en la empresa era más simbólico que otra cosa, pero Cándido le atribuía cierto poder, no se había dado cuenta de que solo era un “ladrón de tiempo”. El caso es que los peones, alentados por el sindicato, argumentaban que hacían funciones de alfil y de caballo, y exigían una mejora de sus condiciones laborales, empezando por el sueldo. Una cosa de locos.
Las negociaciones con el sindicato y los representantes de los peones no estaban yendo demasiado bien. Cándido estaba pez en esas lides y se había enrocado en el «no», porque le resultaba inconcebible que no se respetaran las reglas. La pretensión de los peones le parecía absurda. Solo le faltaba que quisieran ser torres o, ¿por qué no?, reinas y reyes. Qué listos, todos en la empresa cobrando lo mismo (como reyes). ¿Y la cualificación, qué? ¿Y la responsabilidad? Malditos peones comunistas.
Cándido empezaba a ponerse de los nervios, porque se estaba dando cuenta de que, en lugar de apoyarlo, la mayoría de los trabajadores y los otros directivos le estaban haciendo la cama. El colmo fue cuando una de las torres blancas lo acusó de mobbing: que si la ninguneaba, que si despreciaba su trabajo, que si pretendía cargarse su departamento, que si no tenía ni p#ta idea de cómo funcionaba la empresa… Estaba claro que iban a por él. Pero se mantuvo firme, nadie había dicho que el trabajo de directivo estratégico iba a ser fácil.
Una mañana, Cándido coincidió con Modesto (nombre ficticio) en la máquina de café. Lo miró, como siempre, por encima del hombro. Mentalmente lo había apodado “el funcionario”, porque Modesto le parecía un conformista sin ambición. Llevaba tropecientos años ocupando el mismo puesto de contable raso. Todos sus compañeros, incluso los novatos, lo habían adelantado por la derecha y por la izquierda en el escalafón. Era el peón más insignificante, the last monkey.
Cándido no pudo contenerse y empezó a descargar con Modesto toda su frustración a cuenta del conflicto con los peones. Modesto se encogió de hombros y le dijo que a él le daba igual, pero sus compañeros no hacían otra cosa que defender sus intereses jugando sus cartas. No eran las mejores, pero eran las que les habían tocado, igual que él, Cándido, y los demás jugadores tenían las suyas. Si pensaba que iban de farol, que subiera la apuesta. Pero que se andara con ojo, porque en las empresas casi siempre las cartas estaban marcadas. Ah, y había que tener suerte.
Modesto se alejó tarareando mentalmente una melodía. Tocaba la guitarra eléctrica en un grupo de rock y esa tarde tenía ensayo.
Cándido decidió dejar el ajedrez y aprender a jugar al póquer.
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ACABO de asistir a una jornada sobre tecnología y uno de los ponentes (sin que sirva de precedente) ha dicho una cosa interesante: Las inteligencias artificiales no le van a quitar el trabajo a nadie. Serán las personas que sepan utilizar las inteligencias artificiales las que les quitarán el puesto a las que no sepan hacerlo.
En realidad ya lo había cantado Fito: siempre es la mano y no el puñal. Lo malo es que las inteligencias artificiales se vengan a arriba (porque la ciencia avanza que es una barbaridad).
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LA HIJA de un amigo hizo matemáticas y un máster en big data y acaba de empezar a currar en una empresa de consultoría de las llamadas big four.
Su jornada termina a las siete de la tarde, pero cada día, a las siete menos diez, su jefa directa le encarga una tarea urgente o convoca una reunión inaplazable con todos los “junior”. El resultado es que siempre termina saliendo a las nueve de la noche.
Evidentemente no existen tales urgencias ni su jefa es una inepta organizando el trabajo. Se trata de una estrategia para explotar a la peña, perfectamente planificada y ejecutada con precisión de cirujano, utilizando las mismas técnicas psicológicas que las sectas de toda la vida.
No he tenido ocasión de hablar del asunto con la joven curranta ni me atrevería a darle un consejo, pero le dije a mi amigo, por si quiere aconsejarla él, que la mejor táctica sería pirarse todos los días a las siete en punto (diciendo, con una sonrisa, que mañana será otro día) y que la echen si quieren.
No es tan difícil, solo es cuestión de práctica. Se trata de tener el mismo morro que su jefa cuando se inventa las tareas para ayer. Su fortaleza (de la hija de mi amigo, no de la jefa) es la no necesidad.
Lo digo porque a mí me pasó algo parecido hace muchos años. Eché mi currículum (escrito con una cosa llamada Wordperfect) en la filial tecnológica de una de las que por aquel entonces eran las big five. Los «yupis» estaban en su apogeo y las consultoras eran lo más de lo más.
Me llamaron y tuve que pasar varias pruebas (psicotécnico, inglés y programación) desplazándome en un par de ocasiones a otra ciudad. El último paso fue la entrevista con el gerente. Todavía recuerdo su nombre (ya estará ultrajubilado) y que me explicó, haciendo un esquema en un folio, mi prometedora carrera profesional: becario, programador junior, programador senior, analista pecador, gerente matraca, etc., etc., hasta llegar a socio del señor Andersen*.
Está claro que el gerente era un inconsciente y/o un hombre sin criterio, porque me dio el visto bueno y me envió a recursos humanos para que me detallaran las condiciones del contrato. Se trataba de una “beca” (en pesetas) claramente insuficiente para vivir. Yo estaba dispuesto a conformarme con un sueldo modesto, pero tener que pagar por trabajar (hubiera tenido que pedirle dinero a mi padre) me pareció una extravagancia. Les dije que me lo pensaría y finalmente decliné ingresar en la secta.
Y así fue como me convertí en un fracasado y el señor Andersen** me perdió como acólito. Y como socio.
*Supongo que me lo diría metafóricamente, porque el señor Andersen (co)fundó la empresa en 1913 y falleció en 1947.
**Lo digo metafóricamente.
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EL CIELO es el gran foco de atención en Semana Santa. No por ser el lugar donde reside Dios, sino donde se originan los fenómenos meteorológicos, concretamente, la lluvia.
Algunos, los más, temen por sus minivacaciones en la playa o la montaña. Otros se preocupan por la procesión de su barrio o pueblo, no se vaya a mojar (la imagen de) la virgen o santo de turno. Aunque este problema está bastante mitigado por el calentamiento global y el descenso de la pluviosidad, a veces llueve con más violencia que antes.
Hace años propuse una solución para este segundo grupo de personas preocupadas por la meteorología pascual: utilizar réplicas de las imágenes en lugar de las originales, que permanecerían a resguardo en iglesias y capillas. Así evitaríamos el disgusto de tener que suspender las procesiones por la lluvia y las consiguientes (y desconsoladas) lágrimas de la grey.
Supongo que a los devotos de hermandades, cofradías y público en general no les importará pasear por las calles una imagen de plástico (impresa en 3D, por ejemplo) idéntica e indistinguible a simple vista de la original, porque entiendo que no veneran a la imagen en sí, sino a lo que representa, ¿verdad? Hablando en plata, que tanto da un trozo de madera que de plástico.
No solo tendría la ventaja de ser resistente al agua, sino que también sería más ligera, cuestión para nada baladí, dado que la rueda (uno de los inventos estelares de la humanidad) todavía no ha sido adoptada por la Iglesia Católica. (Supongo que esto se debe al “no pain, no sky”, pero no quiero meterme en berenjenales).
Ahí queda mi propuesta. De nada.
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DESDE siempre me ha fastidiado que el (presunto) año de nacimiento de Cristo haya sido (mayoritariamente) adoptado como «año cero».
La culpa es de Dionisio el Exiguo (llamado así porque era bajito*), un moje de origen bizantino que en torno al año 526 tuvo la ocurrencia de proponerle la idea al papa Juan I, y de éste (o de su sucesor) por aceptarla.
Lo curioso del asunto es que parece ser que el bueno de Dionisio erró en su cálculos. Situó el nacimiento de Cristo en el año 753 ab urbe condita (desde la fundación de Roma), lo que no cuadra con el reinado de Herodes I el Grande (llamado así por la grandeza de sus obras, no de su persona).
Así que, paradójicamente, Cristo nació un par de años antes de Cristo.
* En esto se observa que lo de los motes no es una cosa nueva, aunque de haber sido español, lo hubieran llamado Tkachenko (pívot soviético, nacido en Ucrania, que jugó entre los años 70 y 80 del pasado siglo y que medía 2,21 metros de estatura).
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PENSABA ingenuamente que los monaguillos y monaguillas estaban más extintos que el dodo o el videoclub. Pero compruebo, sin orgullo ni satisfacción, que este anacronismo en blanco y negro sigue coleando en nuestro país en pleno siglo XXI.
Etimológicamente, monaguillo deriva del antiguo vocablo castellano «mónago» (monje), por lo que vendría a significar «monjecillo» o «pequeño monje». Las monaguillas surgen muy posteriormente gracias al pronunciamiento del Consejo Pontificio para la Interpretación de los Textos Legislativos, ratificado por Juan Pablo II, quien fue el primer papa de la historia (que se sepa) en oficiar una misa ayudado por una monaguilla.
Dejando a un lado la cuestión de la presunta explotación infantil, lo de «pequeño monje» no me parece ajustado a la realidad del trabajo que desarrollan estos niños y niñas a las órdenes del clero.
Es más exacta la denominación que utiliza la propia Iglesia en el caso de los adultos, «acólito» o «acólita», que viene a significar «seglar que ayuda al sacerdote en la misa y en otros actos litúrgicos» *. De aquí derivan las palabras miniacólito y miniacólita: niño y niña empleados domésticos, en precario, en la casa de Dios.
*Acólito y acólita también significan «persona que sigue a otra, con una actitud de dependencia y subordinación», pero esta acepción no viene al caso.
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QUIÉN soy:
– Un marinero en tierra.
– Un ciclista de alforjas al borde del camino.
– Un viajero del tiempo, igual que tú.Mis faros:
– Una persona que existió.
– Una palabra sin importancia.
– Lo que soñé anoche (si es que me acuerdo).Mis refugios:
– El camino de regreso.
– Una buena historia (o una regular).
– Una rutina minúscula.Mi futuro utópico:
– En el que nadie crea saber cómo funciona el mundo.
– En el que no fuera imaginable una ucronía.
– No haber nacido. -
UN PROFESOR o una profesora es una persona que te cambia la vida (para bien).
Si una persona que te da clases no te influye, ni para bien ni para mal, es una simple docente.
Pero si te influye negativamente (por ejemplo, haciendo que odies una asignatura sin venir a cuento), recibe el nombre de indocente.