UN LUNES de invierno de 1981 mi padre me había ido a buscar al colegio y regresábamos a casa. Tenía puesta la radio del coche. Era un rollo de política que a mí, como preadolescente random, no me interesaba demasiado, así que no le estaba prestando atención. Pero me di cuenta de que pasaba algo raro cuando mi padre pegó un bote en su asiento y se quedó blanco como el papel (perdón por el tópico). Era Tejero secuestrando el Congreso de los Diputados y tal.
Llegamos a casa y pusimos la tele, pero creo que ya habían cortado la emisión. Recuerdo que mi hermana mayor (16 años) quería ir al instituto a un entrenamiento de voleibol y mi padre le dijo que no fuera, que la situación era súper grave. Mi hermana le dijo que no era para tanto y claro que iba a ir. Mi padre volvió a decirle que no. Subió el tono de la discusión. Mi hermana le gritó las típicas chorradas de adolescente: que él era un pringado y no tenía ni p… idea, que ella ya era mayor para hacer lo que le diera la gana, etc. Mi padre, por su parte, le gritó las típicas chorradas de padre: que en esta casa había que respetar unas normas, que no confundiera libertad con libertinaje, etc. Mi hermana se metió en su habitación dando un portazo y mi padre conectó la radio de la cocina.
Yo sí estaba asustado. No me gustaban nada las noticias de violencia en la política que llevaba años escuchando. Sentía la tensión en el ambiente, aunque realmente no entendía nada. Además de los atentados terroristas, que en esa época estaban a la orden del día, me daba miedo un grupo llamado «guerrilleros de cristo rey». Por lo visto, su deporte favorito era pegarle palizas a la gente por la calle. Me quitaba el sueño, porque en el colegio yo había tenido, como profe de judo, a un tío que era policía y se había cargado a un detenido durante un interrogatorio. Por lo visto, sus métodos ya eran conocidos, incluso había tenido una condena. Alegó que el detenido se había matado al intentar escaparse saltando de un coche en marcha, pero no coló. Entonces huyó a Venezuela, hasta que se le aplicó la ley de amnistía de 1977 y se reincorporó a su trabajo de policía, como si tal cosa, hasta su feliz jubilación. Ahora lo pienso y se me ponen los pelos de punta: torturador durante la jornada laboral y monitor de niños pequeños por las tardes.
Un par de años antes del 23F, cuando yo tenía unos doce, a mi padre (y no sé si a mi madre también) se le ocurrió apuntarme a los boy scouts. A mí no me pareció mal, por el rollo de las excursiones y eso. Pero cuando empecé a ir, no me gustó nada. El líder del grupo era un señor mayor bastante parecido al profe de judo, no muy alto y con su bigotito, y nos hablaba de ser disciplinados, caballerosos, no mentir y cosas así. Había un «juramento scout», un «saludo scout» y un himno. Las reuniones eran los sábados en una casa de las afueras de la ciudad, no muy lejos de donde yo vivía.
La tercera o cuarta vez que fui, mi padre se olvidó de ir a recogerme. Estuve esperando un par de horas (sin exagerar) junto a la carretera, hasta que alguien debió de echarme de menos en casa y mi padre fue a buscarme. El sábado siguiente le dije que no quería ir más. Seguramente le pesaba la conciencia por el plantón del último día, y me dijo que vale. No llegué a tener el uniforme de scout ni a ir a ninguna excursión.
El día que mi padre se olvidó de recogerme, podría haberme ido caminando a casa. Como mucho hubiera tardado veinte minutos. Pero no quise hacerlo, porque estaba súper quemado por una cosa que me había pasado un par de meses atrás. La historia fue la siguiente:
Una tarde, mi padre tardaba en venir a buscarme al colegio. Me asomé a la calle y vi su coche aparcado, y dentro, a mi hermana y hermano pequeños. Les pregunté por mi padre y me dijeron que había ido a buscarme a un parque cercano, porque unos niños le habían dicho que yo me había ido a jugar allí. Era totalmente falso, no sé por qué mi padre no entró a buscarme como siempre, en lugar de hacerle caso a esos niños.
Tenía que haberme quedado esperando en el coche, pero cometí un graso error: fui al parque a buscar a mi padre. Lo encontré en seguida, estaba hablando con un señor que paseaba a su perro (cosas de la memoria, todavía me acuerdo del nombre del perro). Tan pronto nos alejamos de ellos, mi padre me pegó una torta y me echó una bronca del copón: que cómo era tan irresponsable de irme a jugar al parque, en lugar de esperarlo en el colegio y bla, bla, bla. Intenté explicarle lo que había pasado, pero no quiso creerme, no en vano me había «encontrado» en el parque. Regresamos al coche, y le dije que les preguntara a mis hermanos, pero estaba en «modo cabreo» y no lo hizo. En casa se lo expliqué a mi madre, y al día siguiente a mi abuela, y ninguna me creyó. «No debiste irte al parque», me dijo mi abuela. «Es que no fui, fui después a buscar a mi padre». «Sí, ya…», me contestó. Desesperante no, lo siguiente.
Volviendo al secuestro de los diputados y el gobierno, cuando me desperté al día siguiente la solución ya estaba encaminada. El plan era que el general Armada presidiera un gobierno de salvación nacional integrado por políticos de los principales partidos. Pero cuando Tejero vio que en la lista de Armada había socialistas y comunistas (seguramente le habían prometido que no los habría), se negó en redondo y el plan se vino abajo. Entonces el rey (actual emérito) no tuvo más remedio que desactivar a los generales de las distintas zonas militares, tirando de teléfono, desde Zarzuela. Tras recuperar el control de Televisión Española, el rey se dirigió a la nación, a la una y cuarto de la madrugada del día 24, reafirmando su apuesta por la democracia. En Valencia, Milans devolvió los tanques a sus cuarteles y (casi) toda la peña suspiró de alivio. El golpe había fracasado gracias al propio Tejero.
Las pintorescas escenas del 23F me siguen atrayendo como un imán, a pesar del tiempo transcurrido: Tejero con su tricornio y su pistola gritando “quieto todo el mundo”, los guardias forcejeando con Gutiérrez Mellado, los disparos de metralleta, los diputados agachados en sus escaños (salvo dos o tres), los guardias saltando torpemente por las ventanas…
