HE RECIBIDO un correo electrónico, en relación a un servicio que tengo contratado, firmado por una happiness engineer (así, escrito en inglés, que es más cool).
Parece una chorrada, pero la cuestión no es para nada baladí.
Todo empezó a principios de este siglo, cuando cristalizaron los estudios que concluían que un currante (o curranta) feliz es más productivo. Ni cortos ni perezosos, los responsables corporativos (por llamarlos de alguna manera) pusieron en marcha la maquinaria de la felicidad.
A bote pronto, no parece que haya nada que objetar. Si hay que currar, mejor feliz que infeliz, ¿verdad? Bueno, sí, pero a lo mejor no. Lo primero es que ellos (los responsables corporativos) no lo han hecho porque sea lo correcto, sino por ganar más pasta. Vale, ¿y qué? Un win-win y todos contentos, ¿no?
Ejem… veamos. El win de las corporaciones está claro clarinete y es fácilmente medible: ganar más pasta. ¿Y el win de los currantes? Ganar más pasta no es, porque el incentivo, recordémoslo, no es pagarles más, sino que se sientan felices. De hecho, la aritmética elemental indica que pierden pasta: producen más por el mismo sueldo.
Así que hay que suponer que el incremento de felicidad compensa con creces la pérdida de pasta, porque si no, no hay win que valga. Pero (pregunta del millón), ¿qué demonios es la felicidad y cómo medirla?
El primer paso de la estrategia de la felicidad (un poco burdo, pero que funciona) es hacer los centros de trabajo más guays (gimnasios, futbolines,…), con el objetivo de convertir el curro en un fin, no en un medio. Para nuestros padres, el curro era un medio para vivir y la felicidad estaba en la esfera privada. A nosotros nos están haciendo creer que el curro es el único objetivo vital. Por supuesto que sería maravilloso ser felices en todos los ámbitos, pero una felicidad «currocéntrica» no deja casi espacio para la privada. Y el poco que deja está destinado al consumo, el otro gran sucedáneo de la felicidad.
Los ingenieros de caminos hacen caminos; los industriales, industrias; los agrónomos, agros. Los ingenieros de la felicidad dedican su tiempo y esfuerzo (y les pagan por ello) a fabricar currantes (y consumidores) felices. Felices y buenos.