Las tribulaciones de Juan Sin Tierra

#126 La secta

LA HIJA de un amigo hizo matemáticas y un máster en big data y acaba de empezar a currar en una empresa de consultoría de las llamadas big four.

Su jornada termina a las siete de la tarde, pero cada día, a las siete menos diez, su jefa directa le encarga una tarea urgente o convoca una reunión inaplazable con todos los “junior”. El resultado es que siempre termina saliendo a las nueve de la noche.

Evidentemente no existen tales urgencias ni su jefa es una inepta organizando el trabajo. Se trata de una estrategia para explotar a la peña, perfectamente planificada y ejecutada con precisión de cirujano, utilizando las mismas técnicas psicológicas que las sectas de toda la vida.

No he tenido ocasión de hablar del asunto con la joven curranta ni me atrevería a darle un consejo, pero le dije a mi amigo, por si quiere aconsejarla él, que la mejor táctica sería pirarse todos los días a las siete en punto (diciendo, con una sonrisa, que mañana será otro día) y que la echen si quieren.

No es tan difícil, solo es cuestión de práctica. Se trata de tener el mismo morro que su jefa cuando se inventa las tareas para ayer. Su fortaleza (de la hija de mi amigo, no de la jefa) es la no necesidad.

Lo digo porque a mí me pasó algo parecido hace muchos años. Eché mi currículum (escrito con una cosa llamada Wordperfect) en la filial tecnológica de una de las que por aquel entonces eran las big five. Los «yupis» estaban en su apogeo y las consultoras eran lo más de lo más.

Me llamaron y tuve que pasar varias pruebas (psicotécnico, inglés y programación) desplazándome en un par de ocasiones a otra ciudad. El último paso fue la entrevista con el gerente. Todavía recuerdo su nombre (ya estará ultrajubilado) y que me explicó, haciendo un esquema en un folio, mi prometedora carrera profesional: becario, programador junior, programador senior, analista pecador, gerente matraca, etc., etc., hasta llegar a socio del señor Andersen*.

Está claro que el gerente era un inconsciente y/o un hombre sin criterio, porque me dio el visto bueno y me envió a recursos humanos para que me detallaran las condiciones del contrato. Se trataba de una “beca” (en pesetas) claramente insuficiente para vivir. Yo estaba dispuesto a conformarme con un sueldo modesto, pero tener que pagar por trabajar (hubiera tenido que pedirle dinero a mi padre) me pareció una extravagancia. Les dije que me lo pensaría y finalmente decliné ingresar en la secta.

Y así fue como me convertí en un fracasado y el señor Andersen** me perdió como acólito. Y como socio.

*Supongo que me lo diría metafóricamente, porque el señor Andersen (co)fundó la empresa en 1913 y falleció en 1947.

**Lo digo metafóricamente.


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