SEGÚN Saint-Exupéry, el asteroide 325 estaba habitado por un rey vestido de púrpura y armiño.
–¡Ah! Por fin un súbdito –exclamó cuando vio llegar al principito. Era un monarca absoluto, pero no tenía nadie sobre quien reinar y se aburría como una ostra.
Cuando el principito quiso proseguir su viaje, el rey le dijo:
–¡No te vayas, te hago ministro de justicia!
–Pero aquí no hay nadie a quién juzgar –repuso el principito.
–Puedes juzgarte a ti mismo –le contestó el rey–. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a uno mismo que a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo, es que eres un verdadero sabio.
El principito se quedó un momento pensando.
–Puedo juzgarme a mí mismo en cualquier parte –dijo por fin–. No necesito vivir aquí.
Y partió.