HACE unos días descubrí un rincón curioso en un parque de la ciudad, “el jardín de las aromáticas”, un pequeño laberinto de senderos bordeados de orégano, perejil, romero, hierbabuena… con los típicos cartelillos identificativos, que si no, no me entero.
Ayer salí a dar un paseo con mi madre y le propuse ir a ver el jardín de marras. Nada más entrar nos topamos con un gato muerto en medio del sendero. Así que dimos media vuelta y pusimos pies en polvorosa. (Intentamos, sin éxito, encontrar un jardinero o un policía municipal; ya se sabe que está gente nunca está cuando se la necesita).
Volví esta mañana para echar un vistazo y el gato muerto ya no estaba. La que sí estaba, vivita y coleando, era una rata de buen tamaño, que iba y venía desde su refugio, en el tronco de un olivo, a un arbusto cercano, donde supuse que había encontrado algo de comer.
Dieron las doce y me senté en una terraza a tomar una caña. Las palomas rodean la mesa picoteando alrededor de mis pies. No se asustan ni a la de tres. Malditos bichos.
