TODAVÍA anda por casa el libro El joven científico: la electricidad, de 1977.
Dejando a un lado el micromachismo propio de la época, el libro profetiza que los coches del futuro a veinte años vista (1997) iban a ser eléctricos y con baterías intercambiables, lo que convertiría el repostaje en una operación de apenas unos segundos. Igual que cambiar la bombona de butano.
A día de hoy, 25 años más tarde de ese futuro, el coche eléctrico es minoritario y no está basado en baterías intercambiables. Claro que si no fuera minoritario, sería inviable: no hay materias primas suficientes para sustituir el parque actual de coches de combustión interna ni se vislumbra una solución factible para recargar los miles y miles de coches que aparquen en la calle en lugar de en un garaje.
La solución de las baterías intercambiables es bastante ingeniosa, pero está lejos de ser implementable en la práctica. Para empezar, habría que estandarizar un formato y por ahora cada fabricante va a su bola (si no se ha conseguido con los cargadores de móvil, con esto ni te cuento). Las baterías son voluminosas, pesadas, caras y suelen estar acopladas al chasis de forma estructural. Además, habría que montar las «electrolineras» con toda su logística y garantizar un mínimo de calidad de las baterías disponibles.
Parece complicado. Si se consigue, seguro que el joven científico ya se habrá jubilado.
