NECESITABA un certificado del registro de la propiedad, para cierto trámite ante el gobierno autonómico, y fui a dar con la web registro.es. Algo me pareció raro, hasta que caí en la cuenta de que no es el sitio oficial. Mucho cuidado con esto, son una especie de man (or woman) in the middle: te piden los datos, te cobran una pasta, solicitan ellos el certificado (o lo que sea), supongo que en la página oficial, y te lo dan. No suplantan al sitio oficial estrictamente hablando (tienen su propio logo, etc.), pero sin duda juegan y se benefician con el equívoco.
Encontré el sitio oficial de los registradores de España, registradores.org, y solicité el certificado que necesitaba. Una semana más tarde me informaron por correo electrónico de que algo había fallado en la comunicación con el registro de mi ciudad y que volviera a solicitarlo. Esto me hizo sospechar que no tienen el sistema (bien) automatizado, el habitual turco mecánico de Kempelen (*) de los tiempos de internet.
Así que, ni corto ni perezoso, fui a las oficinas del registro e hice la solicitud “en papel”. De nuevo una semana más tarde, me telefonearon para avisarme de que ya podía ir a recoger mi certificado.
Mientras pagaba el módico precio de 45,01 €, le pregunté al empleado del registro si podía obtener una copia digital del certificado. Me miró como si le hubiera dicho que había visto un burro volando. Le dije (no en plan borde ni listillo, sino sonriendo amablemente) que si había sido firmado digitalmente, aunque ellos me dieran una copia impresa, tal vez incluía una URL y un código seguro de verificación, con su QR y tal, y me lo podía descargar… Me dijo que no, que estaba firmado manualmente por La Registradora y que podía escanearlo si quería.
Me entregó el flamante certificado en un precioso papel con sus logos y sus cosas, firmado, en efecto, a bolígrafo. No me atreví a preguntarle cómo hubiera acabado el proceso que inicié desde la web si no hubiera “fallado la comunicación”, pero sospecho que igual, esto es, teniendo que ir a recoger el certificado en papel. Seguro, eso sí, que me hubieran avisado por correo electrónico.
(*) En 1769, Wolfgang von Kempelen construyó un autómata que jugaba (y normalmente ganaba) al ajedrez. Era un maniquí articulado vestido de turco (con túnica y turbante) sobre una caja con el mecanismo. Causó sensación hasta que se descubrió que dentro se ocultaba una persona (que jugaba bien al ajedrez y de baja estatura).
