HAY AVISO naranja por un ciclón tropical y me he quedado en casa siguiendo las recomendaciones de las autoridades. Veo en las noticias múltiples incidentes provocados por las lluvias (barrancos corriendo, ramas derribadas y cosas así), pero aquí no hace más que llover de forma moderada. Una reportera narra la situación desde el parque al lado de casa (convenientemente clausurado) con una épica digna de mejor causa.

Nada que ver con las tormentas con aparato eléctrico y lluvias torrenciales de cuando yo era pequeño, sobre las que no recuerdo aviso o estado de alarma alguno.

Está claro que la meteorología no es un ciencia exacta y que si yo fuera la autoridad responsable igual tendría que hacer lo mismo, pero me pregunto si no se está exagerando con tanto aviso y tanta palabrería tipo “fenómeno meteorológico adverso”, que solo sirven para crear un estado psicológico de temor a los fenómenos naturales.

Que caiga agua del cielo no tiene nada de adverso desde el momento que el campo (que nos da de comer) y los bosques se están muriendo de sed. Cuando deje de salir agua de los grifos, igual empezamos a llamar buen tiempo a la lluvia.

Evidentemente estamos a merced de la naturaleza y hay que tenerle el máximo respeto a su fuerza, contra la que luchar es imposible, pero si ahora se ha decretado la alerta máxima, cuando venga un fenómeno adverso de verdad habrá que inventarse una “alerta mega máxima” o un “aviso marrón”.

Mientras escribo estas líneas anuncian que el ciclón tropical, que había pasado a depresión tropical, ya es una simple baja remanente post tropical. Desde mi ventana veo que ha dejado de llover.

Justo cuando iba a publicar esta entrada, me llega la comunicación de que mañana lunes es obligatorio el teletrabajo (está genial para los compañeros-as con niños-as pequeños-as, porque se habían suspendido las clases). Tal vez, solo tal vez, mañana habrá un sol radiante.