Justo antes de la salida del sol, José se levantó sigilosamente de su lecho de paja. María y el niño seguían durmiendo. Se habían acostado a las tantas, con los pastorcillos dando la brasa y enredando por todas partes.
Sacó de su escondite el cofre con oro que les habían traído los Reyes Magos y pasó su contenido a las dos bolsas de cuero que había preparado al efecto. Se las ató al cinturón, una a cada lado, y las cubrió cuidadosamente con la túnica. Miró con desdén los cofres de incienso y mirra que seguían al pie del pesebre y echó un último vistazo a María y al niño para asegurarse de que seguían durmiendo.
Se alejó de Belén a toda prisa, en dirección a la costa, mientras murmuraba entre dientes: “Espíritu santo, espíritu santo…”
Epílogo:
José se estableció en Cefalú, Sicilia, donde abrazó el mitraísmo y vivió feliz disfrutando de su riqueza. Al final de sus días le llegaron los primeros ecos de una nueva religión llamada cristianismo.