Es quien tiene una facilidad natural para recordar y distinguir a las personas por el aspecto de sus rostros.
Un contraejemplo es el príncipe de la Cenicienta, que por no recordar la cara de su amada (Cenicienta), tuvo que identificarla por uno de sus pies gracias al famoso zapato de cristal (o de oro, según la versión).
Tampoco andaban muy finos los ciudadanos de Metrópolis: unas simples gafas hacían irreconocible a Superman.