EL TIEMPO hay que gestionarlo, no se gestiona solo. Me refiero al tiempo que cada persona dedica a cada cosa, no al tiempo como inescrutable variable física (abreviada con una simple e inocente t), que avanza sin control.
Llevo años leyendo y probando cosas sobre gestión del tiempo, pero no con la intención de ser más productivo, líbreme el Señor. Detesto la productividad. No tengo ningún interés en caer en la infinita espiral jamsteriana. Lo que me interesa es organizarme mejor para reducir el estrés generado por la vida moderna. (A lo mejor indirectamente me estoy volviendo más productivo, pero nunca lo sabré, porque no pienso medirlo).
Todo viene de que el cerebro humano es súper puñetero. Por poner un ejemplo, no es capaz de separar las cosas por contexto: nos llevamos a casa las preocupaciones del curro, y al curro las de casa. Tampoco es muy bueno almacenando información, las cosas se olvidan y recuerdan randommente en los momentos más inesperados. La solución inmediata es apuntarlas. Al menos desde que se inventó la escritura, ni idea de cómo se las arreglaban antes.
El lugar donde apuntar las cosas puede ser una humilde libreta o un sofisticado dispositivo electrónico conectado a la Nube. Esta segunda posibilidad es lo que los gurús de la productividad han denominado «segundo cerebro», porque, gracias a la IA, es capaz de realizar un montón de funciones supuestamente útiles y necesarias (te avisa de fechas, te clasifica datos, te automatiza las respuestas a los correos, etc.), que están vedadas para el mundo digital no inteligente (pre-IA) y, por supuesto, para el analógico. Estos gurús consideran que dos cerebros son mucho mejor que uno, y que solo un insensato pensaría lo contrario.
La necesidad del segundo cerebro surge, como comentaba antes, de las exigencias de la vida moderna. Cada vez tenemos más posesiones materiales y más actividades que gestionar, muchas de ellas asociadas, precisamente, a esas posesiones. Por ejemplo, uno no tiene un piso y ya. El piso hay que limpiarlo, hacerle reparaciones, pagar la hipoteca, contratar un seguro, ir a las reuniones de la comunidad, pagar el IBI y la basura (ahora llamada residuos sólidos urbanos), contratar y pagar el internete, la electricidad y el agua, comprar electrodomésticos, muebles, cuadros, alfombras, fungibles de todo tipo, etc., etc. O uno no tiene un curro y ya. También hay un horario que cumplir, un ordenador con Windows, reuniones inútiles, jefes ídems, clientes matracas, compañeros escaqueados, informes para ayer, cenas de navidad con amigo invisible, etc., etc. Obsérvese que cada uno de estos ítems, en el ámbito que sea, tiene, a su vez, otra serie de tareas e información que gestionar. Este hecho puede apreciarse por el conjunto de apps que, supongo que con buena intención, han puesto a nuestra disposición los bancos, las compañías de seguros, de telecomunicaciones, de suministro de agua, de electricidad, de la alarma antiokupación con aviso a policía, las plataformas de contenidos (nétflis, práim), los gimnasios, los restaurantes, los supermercados, las peluquerías, las redes sociales (féisbuc, histograma), etc., etc., que nos obligan a estar pendientes de los saldos, consumos, facturas, recibos, ofertas, promociones, contraseñas, posibles fraudes, etc., etc. En resumen, un infierno. La solución que proponen los gurús tecnológicos y millonarios como Masc o Sukerber son precisamente los segundos cerebros, dando lugar a un humano potenciado (generalmente hombre), altamente productivo, en constante crecimiento personal, y dueño de su propio destino con el fin de alcanzar sus sueños.
Por sacar mis propias conclusiones, durante los últimos años he estado probando varias de estas aplicaciones (aunque yo prefiero llamarlas de «organización personal») y reconozco que en general no están mal. Aunque todas, casi sin excepción, tienen el defecto de que las han ido complicando cada vez más y al final su uso ha terminado por no compensarme. El punto culminante (por ahora) es que todas incorporan su correspondiente IA, lo que me parece, además de una brasa, totalmente inmoral y antiecológico. Estos dos aspectos son las dos caras de la misma moneda, y creo que hay que tomárselos en serio y no frivolizar. Me parece una inmoralidad desperdiciar un montón de recursos (energía y agua) para que una IA me preste un supuesto servicio que no necesito, mientras media humanidad las pasa canutas. Es como utilizar un todoterreno de dos toneladas y doscientos caballos para ir por la ciudad. La gente no es consciente, por poner otro ejemplo, de todos los recursos que se movilizan para intercambiarse chorradas por las redes sociales. La IA está fantástica para curar enfermedades, pero yo no necesito un mayordomo virtual.
Así que al final me he decidido por volver a mis orígenes analógicos y estoy utilizando un simple cuaderno de 21×13 cm, de hojas lisas (sin cuadros, líneas ni puntos). No tengo que cargarlo todos los días, ni tengo que actualizarle la versión, ni necesito guaifai. Aunque también hay que saber usarlo, para que sea más útil y gratificante, y, obviamente, tiene sus limitaciones. Por eso también utilizo un almacenamiento en la nube para los archivos, y una aplicación de «mapas conceptuales» para organizar cierta información de una forma más visual. Pago por los dos servicios a empresas medianas que teóricamente no comercian con mis datos.
Pero lo fundamental para una buena gestión del tiempo, en mi opinión, es intentar llevar una vida (moderna) lo más simple posible, sin caer en posturas extremas. Y tipos como Masc, Sukerber y otros iluminados tecnofeudales, mientras más lejos, mejor.
