LAS PERSONAS humanas somos poliédricas, es decir, tenemos muchos edros. Los dos principales son la biología y la cultura. No hace falta dar definiciones ni poner ejemplos para saber lo que es cada cosa.
Como todo en la vida, la biología y la cultura van cambiando con el paso del Tiempo, el Sumo Destructor (*). Pero la biología cambia súper despacio y la cultura a toda máquina. Otra diferencia está en el agente del cambio. En la biología es la Natura, que es sabia (y a veces un poco cruel), mientras que en la cultura es el propio Hombre, que ya se sabe que es un insensato (la Mujer también, pero un poco menos). En resumen, la biología cambia muy (pero que muy) despacio y sabiamente, y la cultura a toda pastilla y de forma alocada.
Después están los objetivos. El de la biología es la supervivencia de las especies, que nunca se logra por culpa del Tiempo. La extinción ha sido, es y será, el destino final. Pero ojo cuidado, que estamos hablando de unos plazos larguísimos. No hay que caer en el pesimismo y la parálisis propios del colapsismo.
Por su parte, el objetivo de la cultura es la felicidad, que tampoco, ¡ay!, se consigue nunca. La causa principal es que la cultura, conducida por el Hombre insensato, tiende a una excesiva sofisticación, dando lugar a penosas confusiones e incentivos perversos que desbaratan toda promesa de felicidad.
La consecuencia de una cultura tan mal gestionada es una enorme tensión en el poliedro humano, que conduce a su resquebrajamiento tras un proceso de sufrimiento físico y mental. Los requisitos básicos de alimentación, sueño, movimiento y socialización están siendo violentados por la aceleración de la cultura. Es decir, por la cultura de la aceleración, que es inherente al capitalismo (considerado como antropología, no solo como teoría económica).
El caso es que solo hay dos formas de restablecer la Armonía.
La primera sería acelerar la biología o potenciarla con tecnología, para acompasarla con la cultura. Esto es lo que pretenden el transhumanismo y los cíborgs. El dispositivo de partida de la ciborguización es el teléfono inteligente conectado a Internet.
La segunda forma sería desacelerar lo cultural en todas sus manifestaciones. Aclaro, para los más tiquismiquis, que seguimos en la esfera macro; no me refiero solo a ese oasis de resistencia que son las «actividades culturales» como la música o la poesía, sino también a bajar el pistón de la vida: rechazar el consumismo, recuperar la lentitud, disfrutar de las pequeñas cosas, o reforzar los vínculos con otras personas. En realidad, todo esto no deja de ser un parche. La verdadera transformación requiere cambiar la mirada. Pero bueno, aunque alguien dijo con acierto que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, por algo hay que empezar.
Nos están tratando de imponer la primera forma (emigrar a Marte), pero yo prefiero la segunda (salvar la Tierra).
(*) El Tiempo, Sumo Destructor, se opone a Dios, Sumo Hacedor.
