Las tribulaciones de un marinero en tierra

#285 Elogio de la contemplación

LA SEMANA pasada estuve unos días con mi hícul (hijo cultural) en un hotel rural, con la idea de patear por el monte. Concretamente, por un sendero GR que pasa a tiro de piedra del hotel. Pero no teníamos ningún objetivo deportivo medible en kilómetros o en tiempo, ni queríamos llegar a ningún sitio (pueblo, montaña, mirador, etc.). Solo queríamos caminar conversando de lo humano y, un poco menos, de lo divino. De vez en cuando nos sentábamos randommente a contemplar la Natura: las nubes flotando, los árboles agitándose, las piedras quietas, los dinosaurios volando, los reptiles y mamíferos caminando, los insectos pululando… Sin prisas, solo observando la orgullosa roca, el recio pino, el audaz cernícalo, el gentil erizo, la laboriosa hormiga…

En ningún momento echamos de menos los móviles. Mi hícul siempre lo dejaba en la habitación y yo llevaba el mío en la mochila por si acaso. Pero el momento más curioso era cuando, al finalizar el día, bajábamos a cenar al restaurante del hotel. Solíamos estar casi onlys (solos), apenas había otras dos o tres mesas ocupadas y reinaba un sereno silencio. Pedíamos la comida y mientras esperábamos nos dábamos cuenta de que surgía la necesidad de entretenernos mirando el móvil. Era como si hubiésemos perdido la capacidad de esperar tranquilamente, sin hacer nada, en silencio o conversando. Como si una poderosa fuerza oculta nos impulsara a encender la diabólica pantallita para consultar no se sabe qué. Nos atraía como los puercos a la porquería. Resistimos la tentación, pero fue interesante comprobar que la tentación existía.

Como resultado inmediato de los cuatro días de tranquilidad, contemplación, conversación y lectura, he dormido mucho mejor durante las noches sucesivas. Es justo y necesario (es nuestro deber y nuestra salvación) recuperar la lentitud y la capacidad de estar en calma. Porque gobernar el mundo (es decir, a uno mismo) es como asar un pequeño pez.


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