EL COMERCIO en los tiempos modernos ha experimentado una auténtica revolución desde la irrupción de la tecnología web. En la vertiente minorista (bi-tu-si) han aparecido las tiendas virtuales, cuyo paradigma es Amazon.
En las tiendas virtuales hay dos tipos de productos: físicos y digitales. Tras efectuar el pago electrónico, los productos físicos son enviados gracias a la ciencia logística, lo que ha evitado la quiebra definitiva de la mayoría de servicios postales nacionales. Los digitales son transferidos al dispositivo cliente (proceso conocido como «descarga») en dos modalidades: como propiedad de la persona que lo ha pagado o, la más frecuente, como derecho indefinido de uso. En esta segunda modalidad, cuyo paradigma es Kindle (de Amazon), podría darse el caso de que las condiciones de uso fueran modificadas unilateralmente (incluso revocado el acceso), o, casi peor, que el propio producto fuera alterado por la plataforma. Por ejemplo, para suprimir un párrafo sobrevenidamente inconveniente, según el zeitgeist imperante.
El libro y la música son los productos digitales más típicos. Con la música no hay más huevos (pobres gentes antiguas, prácticamente hasta el siglo equis-equis solo existía la música en vivo). Y con el libro pasa una cosa curiosa: es digitalizable, dando lugar al libro electrónico o íbuc, pero ha resistido relativamente bien en su forma tradicional en papel. Esto nos lleva a concluir que un libro no es un simple contenido, sino que el formato físico tiene ciertas características que compensan sus desventajas, pero no me quiero ir por las ramas. El caso es que en las tiendas virtuales existen libros de los dos tipos: físicos, para enviar, y digitales, para descargar. Como es lógico, todos están registrados en catálogos virtuales para poder ser encontrados.
El comprador o compradora de libros se enfrenta a dos necesidades. Necesidad 1: Encontrar un libro concreto sobre el que tiene alguna referencia. Necesidad 2: Explorar las estanterías (reales o virtuales) a ver qué descubre; hay muchísimo por descubrir y es súper divertido, al menos para mí.
Las librerías cierran cuando no ayudan a los compradores a satisfacer ninguna de las necesidades anteriores.
Sobre la necesidad 1: Nadie pretende que las librerías tengan disponibles todos los libros del mundo mundial. Pero sí que los pidan y te avisen cuando lleguen. De esta forma, te ahorras los gastos de envío y no tienes que estar pendiente de la entrega, que es una matraca. Si en la librería son lentos o se olvidan de avisarme, para eso lo pido yo desde el sillón de casa.
Sobre la necesidad 2: Lo primero es que la selección de las estanterías sea interesante (por eso unas librerías nos gustan más que otras). Pero si la persona que me atiende no conoce el producto que vende (los libros), para eso leo las contraportadas y las reseñas desde el sillón de casa. No hace falta idealizar la profesión de librero, pasa lo mismo con cualquier otro negocio. El empleado de la ferretería tiene que conocer los tipos y aplicaciones de los tornillos. Además, tiene que tener un poco de interés o, mejor todavía, algo de pasión por el bricolaje. O por la literatura en este caso. No se le pide que sea la alegría de la huerta, pero lo que no puede ser es borde con la gente. Mi ordenador no me pone mala cara ni me trasmite con su lenguaje corporal que lo estoy molestando.
De igual manera que el libro en papel mantiene ese algo que (para algunos, yo incluido) sigue compensando sus desventajas frente al libro electrónico, las librerías físicas tienen que aportar un valor a la peña. Para mí, las ventajas de ir a la librería son: desplazarme (casi siempre caminando) venciendo mi pereza natural, estar rodeado de libros durante un rato, tocarlos y ojearlos con calma, conversar con otras personas humanas (sin dar la brasa), y sonreír.
Tampoco hay que olvidar que en estos tiempos convulsos no solo cierran librerías.

Una respuesta a “#283 Por qué cierran librerías”
Otro puntazo de las buenas librerías físicas es que tenían un punto de lectura infantil donde dejabana a los niños leer los libros que quisieran. Y era buena estrategia comercial, porque los niños se llevan los libros que les han gustado, por más que los hayan leído ya.
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