Las tribulaciones de un marinero en tierra

#273 La solución Pessoa

EN LOS últimos tiempos (ultimísimos) me he vuelto fan de Fernando Pessoa, hasta el punto de que su Libro del desasosiego ha pasado a formar parte de mi grupo de libros de cabecera. Hace más de treinta años que había caído en mis manos El banquero anarquista y otros cuentos de raciocinio, una recopilación y traducción de Miguel Ángel Viqueira publicada por Alianza Editorial, que me había parecido espectacular. Pero desde entonces tenía en el olvido al bueno de Pessoa.

Hace unos meses tuve la fortuna de tropezarme con el podcast Grandes infelices, de Javier Peña -que recomiendo encarecidamente- y escuchar el episodio dedicado a Pessoa. Sentí la pulsión irrefrenable de leer el Libro del desasosiego. Estuve mirando varias ediciones, y al final opté por la de Acantilado, traducida del portugués por Perfecto E. Cuadrado. Siempre (siempre) hay que mirar el traductor o traductora de cualquier libro escrito originalmente en otro idioma. Es absolutamente crucial, porque en los últimos tiempos han proliferado editoriales de «clásicos» que cuidan mucho la presentación (tapa dura y tal), pero luego no son traducciones del idioma original, sino, generalmente, del inglés, y por personas poco experimentadas.

En esta etapa vital, Pessoa me parece, al mismo tiempo, un universo y un refugio, por lo que escribe, y un deleite, por cómo escribe. Pero ojo, que cada libro tiene su momento. Solo digo que, cuando ya se ha cortado la mitad del jamón y se le ha dado la vuelta para cortar por el otro lado, ha llegado la hora de leer a Pessoa. Y leyendo a Pessoa me surge una reflexión a cuenta de la famosa IA, que ya la tenemos hasta en la sopa.

Veamos, por ejemplo, este texto random del Libro del desasosiego:

Todo me cansa, incluso lo que no me cansa. Mi alegría es tan dolorosa como mi dolor.
Quién me diera ser un niño lanzando barcos de papel en un estanque de la quinta, con un dosel rústico de entrecruzamientos de parras poniendo ajedreces de luz y sombra verde en los reflejos sombríos del agua escasa.
Entre yo y la vida hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, no puedo tocarla.

Está claro que, más pronto que tarde, si no lo hace ya, la IA acabará escribiendo cosas parecidas a ésta. Pero sería patético (patetiquísimo) emocionarse leyéndolas. Lo malo es que va a ocurrir, igual que con las series, las noticias y cualquier otro de los «contenidos» que consumimos compulsivamente en la red (nunca mejor dicho). Pobres de nosotros, idiotizados por la máquina, que, si no le ponemos remedio (y no tiene pinta), nos acabará modelando a su imagen y semejanza.

El único remedio que se me ocurre es dejar de leer los libros que hayan sido creados a partir de una fecha, por ejemplo, 2023. Dada la finitud de la vida y del tiempo, es totalmente factible dedicarse solo a esos libros, incluso, llegado el caso, a su relectura. Llamaré a esta propuesta, que espero sea acogida favorablemente por (el sector más sensato de) la humanidad, La solución Pessoa.


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