CUANDO alguien mata al mensajero (literal o metafóricamente) no es porque sea idiota y confunda al portador del mensaje con el responsable de su contenido. Hay tres motivos posibles:
El primero es que matar al mensajero puede ser, a su vez, un mensaje. Por ejemplo, cortarle la cabeza y devolverlo sobre su caballo al ejército enemigo (como se ve en las películas), significa que se declina cortésmente la propuesta que transmitía el infortunado emisario.
El segundo motivo es por hacer como si el hecho que se comunica nunca hubiese existido. Es lo que hizo el rey Boabdil cuando le dijeron que Alhama había caído en manos cristianas: quemó la carta, mató al mensajero, y aquí no ha pasado nada. Es la versión individual del problema del «elefante en la habitación». Ignorar una realidad suele funcionar bastante bien, mejor de lo que la gente se imagina. A veces el asunto acaba estallando, pero no siempre. Con suerte, lo hace cuando se puede imputar a otras causas. La Administración Pública (esa apisonadora lenta pero casi imposible de parar una vez que se ha puesto en marcha) ha inventado las notificaciones con el fin de que los administrados no podamos quemar las cartas tan ricamente (matar al cartero ya no tiene utilidad en estos tiempos).
El tercer motivo para matar al mensajero es el más sutil de todos, por sus connotaciones freudianas, y al mismo tiempo el más común: el mensajero como chivo expiatorio. Es obvio, y todo el mundo lo sabe, que el cordero (o chivo o lo que sea) que va a ser sacrificado no es culpable de nada, pero proclamarlo (si pudiese hablar) no cambiaría su suerte. De igual forma, el rey sabe perfectamente que el mensajero es inocente, pero tiene la necesidad de condenar a un culpable, y el verdadero, que sabe quién es sin ninguna duda, está fuera de su alcance. «Eh, que yo soy inocente, solo soy el mensajero». «Por eso mismo has de morir», dirá el rey.
Moraleja: Hay que evitar a toda costa ser el mensajero.
Anuncio (o no): A lo mejor otro día hablamos del periodismo. O a lo mejor no, como diría M. Rajoy.
