TAL VEZ la humanidad tendría que haber renunciado a la fabricación de cualquier tipo de motor, y haber centrado la famosa «revolución industrial» en la mejora de los mecanismos accionados por fuerzas naturales, como las corrientes de aire (viento) o agua (ríos y mareas). Lo explico con un ejemplo.
Hace unos años visité un molino de viento antiguo, en los Países Bajos (aunque yo decía Holanda). Era de finales del siglo equis-uve-i-i o principios del equis-uve-i-i-i. Se usaba para moler minerales para la fabricación de pinturas. Era bastante grande. Daba un poco de vértigo subir por el interior hasta los mecanismos, que estaban hechos casi totalmente de madera. Solo tenía algunas piezas de hierro (pernos, abrazaderas y tal).
El típico folleto turístico explicaba que antiguamente había más de mil molinos similares en aquella comarca (una especie de marisma con un montón de tierra ganada al mar, en la desembocadura del río no-sé-qué). Ocurrió que, con la aparición del motor de vapor, y después el de explosión, los molinos empezaron a desaparecer, porque los empresarios e inversores querían mayor productividad. De los mil y pico, quedan solo dos o tres, como reliquias del pasado para turistas.
Pero se me ocurre que, en lugar de introducir los motores para sustituir al viento, el desarrollo tecnológico podría haber consistido en la mejora de los mecanismos, cambiando los toscos engranajes, ejes y poleas de madera, por otros de nuevos materiales, más ligeros, precisos y eficientes. Aclaro que no me estoy refiriendo a molinos para mover generadores eléctricos, que es otra posibilidad, sino para mover directamente máquinas: bombas, taladros, sierras, grúas, imprentas, telares, máquinas de coser, etc.
La objeción mainstream está clara. Muy bonitos los molinos, pero ¿y cuando no sople el viento? ¿Eh? ¿Qué pasa cuando no sople el viento? Pues mi respuesta es muy simple: los molinos se quedan parados y la gente se va a su casa a leer, descansar y charlar con los amigos. Ah… claro, que hay que producir, para competir y crecer. Y crecer más, y seguir creciendo.
No parece muy sensato en un planeta finito, pero el loco soy yo.
De todas formas esta ucronía motorless (o engineless, para nuestros amigos británicos) estuvo a punto de hacerse realidad con la bicicleta, que supuso un auténtico cambio de paradigma en la utilización incrementalmente eficiente de una fuerza natural (en este caso, la muscular humana). Es una pena que no cundiera el ejemplo al ámbito industrial, por culpa del desarrollismo capitalista. A lo mejor no estaríamos ahora al borde de una catástrofe climática y de salud mental.
(Desde un punto de vista «micro», para más inri, por lo que comentaba en el palike anterior sobre la fricción, estamos sustituyendo la bicicleta por la bicicleta eléctrica. Pero esto ya es otra historia).
