EN MI ciudad queda un videoclub, del que, como no podría ser de otra manera, soy socio desde hace años y usuario habitual. La mayoría de la peña pensará que estoy más colgado que un trapo. Y tienen razón, si se toman como referencia los tiempos que corren. Pero creo que se equivocan, cósmicamente hablando.
El problema es que se limitan a seguir la corriente dominante (mainstream) sin reflexionar. Bueno, o reflexionando, e incluso creyendo que éste es el mejor de los mundos posibles. Aunque el rollo del videoclub no tiene pinta de ser trascendente para la humanidad (cuatro colgados prolongando la agonía de un negocio obsoleto), en realidad es un buen ejemplo sobre cómo llevar una vida mejor. O sobre cómo evitar una vida peor.
Ir al videoclub supone un esfuerzo y un tiempo. Pero ojo, no es una incomodidad. Una incomodidad es dormir en el suelo o tener la ropa mojada por la lluvia. Tampoco es una pérdida de tiempo. Es una actividad en sí misma, que se puede y debe disfrutar (pasear, conversar escogiendo la película, etc.). Este tiempo y esfuerzo es a lo que he denominado «fricción». Y a la teoría, claro, «teoría de la fricción». Dice así: Es positivo para el ser humano, física y mentalmente, que sus acciones requieran cierto nivel de fricción. También puede formularse por la «vía negativa»: Es nefasto para el ser humano, física y mentalmente, obtener un resultado sin fricción, es decir, sin esfuerzo.
La alternativa al videoclub son las plataformas digitales. Un universo de posibilidades… con muy poca o nula fricción. Hay que tener mucha fortaleza mental para no pegarse n capítulos del tirón, con n tendiendo a la serie completa, tirados en el sofá. Sabemos de antemano que vamos a terminar atontados y con una sensación de agridulce insatisfacción, pero caeremos una y otra vez víctimas del algoritmo y la baja fricción.
La «teoría de la fricción» es de aplicación general y tiene muchas derivadas diferentes e interesantes. Ir al súper y cargar la compra uno mismo, en lugar de hacer la compra online con entrega a domicilio, nos dará una dimensión más exacta de lo que hemos comprado, y probablemente compremos de forma menos compulsiva. Comprar nueces con cáscara, en lugar de peladas, nos hará darnos cuenta de cuántas estamos comiendo, además de estar más ricas. Usar el transporte público, en lugar del vehículo propio, nos permitirá hacer otra cosa (leer o escuchar un podcast) mientras nuestro cuerpo viaja hacia su destino con muchísimo menos estrés. La clave para comprender esta idea es orientarse al proceso, no a los objetivos (que se alcanzarán por añadidura).
Por supuesto que para ciertas ocasiones las alternativas frictionless están geniales. Por ejemplo, si se está enfermo y la energía de la fricción tiene que dedicarse a la recuperación. O si está cayendo una tormenta y la fricción es demasiado elevada. Pero las cosas que se logran con cierto nivel de fricción son más sanas y satisfactorias. Y también añado otra cosa: si no se puede, no se puede, no pasa nada si no hay plan B. A veces hay que aburrirse.
(Qué mala suerte, el videoclub cierra el próximo marzo por jubilación).
