Las tribulaciones de un marinero en tierra

#252 Gracias por su atención

NO TENEMOS nada más valioso que el tiempo. No sabemos ni remotamente cuánto vamos a vivir. Solo sabemos, con el permiso de los transhumanistas, que hay un límite máximo. En torno a los 90 años siendo optimistas. Ante esta única y verdadera certeza (la finitud de la vida), me sorprende la despreocupación y ligereza con la que desperdiciamos el tiempo o, peor todavía, dejamos que nos lo roben. Todo el mundo detesta perder dinero o que se lo roben, pero no pasa lo mismo con el tiempo.

Con esto no estoy haciendo apología de la productividad. Es un concepto que me repugna, sobre todo cuando se vincula a esa otra estupidez llamada «crecimiento personal». No me interesa hacer más en menos tiempo, sino hacer lo que quiero hacer, en el tiempo necesario, dedicándole mi atención plena. La atención y el tiempo son las dos caras de la misma moneda. Podía haber empezado este palike con «no tenemos nada más valioso que la atención».

Claro que no siempre puedo hacer lo que quiero, a veces, por diversas razones, tengo que hacer lo que debo. Pero en esto he adoptado la técnica del rey de El Principito, que solo daba órdenes que podían ser cumplidas. En mi caso, si tengo la obligación de hacer algo, decido que quiero hacerlo. Los estoicos lo llaman amor fati (amor al destino). Es lo que probablemente hizo Sísifo, para desesperación de los dioses.

¿Qué es entonces perder el tiempo? He identificado dos situaciones: La primera, cuando el deber supera cierto umbral (el amor fati tiene un límite) y existe riesgo de alienación. A veces no es fácil darse cuenta, como les pasa a los adictos al trabajo. Hoy en día nos quieren hacer creer que el curro es el dao, como dirían nuestros amigos chinos. Pero no, el curro, teniendo su importancia, solo es un curro.

La segunda situación ocurre cuando renunciamos a nuestra voluntad y hacemos algo que ni queremos ni debemos hacer. Por ejemplo, cuando caemos presas del algoritmo de las redes sociales, o cuando encadenamos episodios de una serie matraca, que en realidad ni nos va ni nos viene. Aquí también es fácil caer en el autoengaño. Una cosa es abandonarse una tarde al merecido descanso (a veces hay que aburrirse), y otra, volverse adicto a la basura digital, elaborada con maquiavélico esmero para captar nuestra atención, es decir, robar nuestro tiempo.

En el mundo real también existen los «ladrones de tiempo». Son peligrosísimos. Pueden ser compañeros de curro, (falsos) amigos o incluso familiares. Una variante transversal son las personas impuntuales, que considero unas auténticas criminales, merecedoras del máximo reproche social. Hay que pasar de todos ellos como del agua sucia. Yo siempre intento ser amable, pero, a estas alturas, me importa poco quedar como un borde.

Mi agradecimiento infinito a las personas que me dedican su atención, es decir, su tiempo.


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