Las tribulaciones de un marinero en tierra

#249 El móvil

MANTENGO una relación de amor-odio con mi teléfono móvil o celular, como dirían nuestros amigos americanos. Por un lado, me parece una herramienta muy útil, que me aporta valor y me facilita la vida. Por otro, a veces me agobia estar siempre pendiente del maldito cacharro y me dan ganas de mandarlo a freír espárragos (metafóricamente hablando). Siento que me roba el tiempo y me empobrece la existencia.

¿Cómo estoy afrontando esta dicotomía? Una persona sabia, de cuyo nombre no puedo acordarme, dijo que en el equilibrio está la virtud. Se me ocurre que, para encontrar el equilibrio entre uso y abuso, hay dos factores principales: la fuerza de voluntad y la exposición. Parto de la base de que «siempre es la mano y no el puñal», como cantó Fito. Ya se sabe que las aplicaciones, sobre todo las de redes sociales, han sido diseñadas por un ejército de expertos en aprovechar las debilidades del cerebro humano, con el objetivo de crear adicción. Pero creo que la responsabilidad final para no dejarse atrapar es del usuario. No debemos caer en una pasividad victimista, como si fuésemos simples cobayas de laboratorio absolutamente carentes de voluntad.

Pero dicho esto, tampoco tiene sentido confiarse enteramente a la fuerza de voluntad, manteniendo una alta exposición a los peligros del móvil. Sería como llenar la nevera de porquerías (misteriosamente la comida rica siempre es insana) y pensar que vamos a lograr no caer en la tentación. A lo mejor lo conseguimos dos días, pero al tercero acabaremos comiendo compulsivamente a las dos de la mañana. Lo sensato es evitar una exposición excesiva. Además, la enorme facilidad que nos permite el móvil (todo al alcance de un clic) está genial en ciertas situaciones, pero como hábito es contraproducente. Creo que es bueno que las acciones humanas requieran de cierta «fricción», tal vez en un próximo palike podamos desarrollar este concepto.

Para reducir mi exposición al móvil y no estar poniendo a prueba mi voluntad a todas horas, he hecho lo siguiente:

Me compré un móvil de pantalla bastante pequeña (cada vez son más difíciles de encontrar), que es más cómodo de llevar y no invita a ver vídeos y cosas. En la pantalla principal tengo las aplicaciones que uso a diario:

  • Reloj.
  • Calendario
  • Correo electrónico (Mailfence).
  • Mensajería instantánea (WhatsApp).
  • Podómetro.
  • Navegador web (DuckDuckGo).
  • Wikipedia.
  • Música y podcasts (YouTube Music).

Bueno, y en la barra de abajo, que está siempre fija, llamadas, mensajes (SMS), cámara y ajustes.

En la segunda pantalla tengo las aplicaciones que uso esporádicamente:

  • Transporte público.
  • Banco.
  • Mapas.
  • Vídeos (YouTube). Raramente veo vídeos en el móvil, lo uso para comprobar, de vez en cuando, si hay algo nuevo (tengo desactivadas las notificaciones).
  • Shazam.
  • Calculadora.
  • Lector de QRs.

En la tercera pantalla tengo las que uso menos frecuentemente todavía:

  • Sanidad pública.
  • Compañía de telefonía.
  • Caja de herramientas: brújula, nivel, medidor de sonido y un par más que no he usado nunca.

Y en la cuarta pantalla se acumulan el resto de aplicaciones, que vienen por defecto y no puedo desinstalar, y que no uso nunca. A veces, me instalo una aplicación por tiempo limitado, como Settle Up, que sirve para gestionar los pagos de un grupo en comidas, cañas, etc., durante un viaje. Al terminar el viaje, la desinstalo.

No tengo Instagram, ni TikTok, ni Facebook. Solo tenía X, pero la desinstalé el mes pasado, porque a veces caía absurdamente en el scroll infinito. Bueno, y porque Elon Musk me cae fatal. Es una razón como cualquier otra. Mucha gente lo admira y opina que es un crack, pero un tipo que quiere convertir a la humanidad en una «civilización multiplanetaria», me da más miedo que una caja bombas. Sobre X, ha declarado que su función es «preservar la libertad de expresión».

Otras dos cosas que hago es mantener el móvil en silencio la mayor parte del tiempo y dejarlo en casa cuando salgo a dar un paseo. Se trata de romper la dependencia que (casi) todos padecemos en mayor o menor medida. No sé cómo hemos llegado hasta aquí, pero, según un estudio que leí hace un tiempo, la peña no se separa del móvil más de un metro, en ningún momento del día. Por lo demás, el móvil (en combinación con Internete) es una innovación genial.


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