Las tribulaciones de un marinero en tierra

#248 Heilung

LA PRIMERA persona que consiguió grabar sonidos (que se sepa) fue Édouard-Léon Scott de Martinville (1817-1879). Al cacharro que inventó, allá por 1857, lo llamó fonoautógrafo. Grababa los sonidos, o más bien los «transcribía», sobre un papel, pero no se podían reproducir. Por eso el nombre de fonoautógrafo. Una ducia de años después, el prolífico y polémico innovador Thomas Alva Edison (1847-1931) creó el fonógrafo, que ya permitía la reproducción de lo previamente grabado, pero seguía siendo bastante cutre. El salto de calidad lo dio Emil Berliner (1851-1929) con el famoso gramófono, que usaba discos planos (como la Tierra), en lugar de los cilindros del fonógrafo. Lo patentó en 1887 y se usó hasta los años 50 del siglo Equis-Equis.

Durante miles y miles de años, hasta el invento y popularización del gramófono y los discos (que eran escasos y caros), la peña solo podía disfrutar de la música tocada y/o cantada presencialmente y al volumen natural, sin micrófonos ni altavoces, de forma esporádica y limitada. A lo mejor alguien escuchaba una pieza musical que le flipaba, por ejemplo, interpretada por una orquesta en un teatro, y no volvía a escucharla en la vida. Qué diferente de lo de ahora, que (casi) cualquiera puede escuchar música con altísima calidad, de forma universal y tantas veces como quiera.

Esta reflexión me se ocurrió después de un concierto de mi nuevo grupo favorito, Heilung, el pasado mes de septiembre, en Amsterdam. Según la Wikipedia, Heilung, que en alemán significa “sanación”, «es una banda que fusiona música folk, death metal y folk metal experimental». La verdad es que no tengo ni idea de lo que es el death metal ni el folk metal (el folk a secas, más o menos sí), solo sé que me encanta. Explicado con mis palabras, el estilo de Heilung está inspirado en la música y los ritos paganos chamánicos de las culturas nórdicas antiguas, previas a la colonización cristiana. La música va acompañada de una puesta en escena espectacular, con vestimentas e instrumentos fabricados con materiales naturales al estilo antiguo. Como se trata de un espectáculo moderno, hay luces y sonidos a lo bestia. Consiguen crear una atmósfera mágica que te envuelve y te transporta mil años atrás, en comunión con la naturaleza y la gente que te rodea. Una experiencia increíble.

Pero también pensé que los efectos de luz y sonido no se correspondían con la época que el grupo pretende evocar. Pero claro, estamos hablando de un concierto para seis mil personas. Me imaginé qué pasaría si eliminamos todos los elementos electrónicos y los escuchamos de cerca, iluminados por antorchas, en el claro de un bosque, en una noche estrellada. Es probable que se viviera una experiencia parecida o incluso más intensa. Primero, porque llevar al límite la capacidad de asombro del primate moderno requiere del despliegue de muchos más medios. Segundo, porque el verdadero contacto con el entorno natural (y con los músicos) hace que la experiencia sea más auténtica. A veces, durante el concierto, me olvidaba de que estaba en un recinto cerrado, dotado de las más modernas medidas de seguridad, vestido con ropas fabricadas en Turquía o Bangladesh, y un móvil chino (aunque diseñado en California) en el bolsillo. Pero solo a veces.

Si Edison y Berliner no hubieran inventado sus aparatejos, escuchar música seguiría siendo una experiencia mucho más difícil, pero más plena. De hecho, todos los que tienen la suerte de asistir al típico concierto unplugged, por ejemplo, en el Temple Bar de Dublín (Barra an Teampaill, en gaélico), coinciden en que es mucho más flipante y tal.


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