Las tribulaciones de un marinero en tierra

#247 Sesgos cognitivos

HACE unos meses, caminando hacia casa desde el curro, me encontré un billete de cincuenta euros tirado en el suelo. A partir de ese día, cada vez que paso por el mismo punto, no puedo evitar mirar en busca de nuevos billetes perdidos. Sé que es completamente absurdo, que ese sitio concreto no tiene ningún poder mágico para que la gente pierda billetes y yo los encuentre. Pero, aún sabiéndolo y racionalizándolo, mi cerebro no puede evitarlo. Así funcionan los llamados sesgos cognitivos.

Pueden definirse como procesos mentales que llevan a un juicio erróneo o irracional sobre una situación. Surgen de mecanismos evolutivos, basados en modelos simplificados de la realidad, que tienen la función de tomar decisiones rápidas ante situaciones complejas o inesperadas. El cerebro considera que detenerse a analizar la situación es peor para la supervivencia y prefiere tomar un atajo o heurístico. Los heurísticos a veces aciertan, y resultan muy útiles, y a veces no. En este segundo caso, cuando nos llevan a errores de forma sistemática, se convierten en sesgos.

El concepto de sesgo cognitivo lo introdujeron, en 1972, los psicólogos Daniel Kahneman (1934-2024) y Amos Tversky (1937-1996). La idea triunfó porque se aplicó a la economía (esa ciencia social que gobierna nuestras vidas), dando lugar a la llamada «economía conductual». En el año 2002 Kahneman obtuvo el Premio de Economía del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel. La gente lo llama Nobel de Economía porque se administra con los Premios Nobel, pero en realidad no lo es.

Hay sesgos cognitivos para parar un tren. Mis favoritos (en el sentido de que me parecen los más habituales y relevantes, no porque me gusten), son los siguientes:

Sesgo de confirmación: Prestar más atención o dar más valor a la información que confirma nuestras opiniones o creencias.

Sesgo del punto ciego: Creerse menos sesgado que los demás.

Efecto Dunning-Kruger: Los individuos incompetentes tienden a creerse unos cracks, mientras que los competentes tienden a pensar que los demás son igual de capaces que ellos.

Percepción selectiva: Configurar nuestras opiniones por las esperanzas e ilusiones personales más que por la realidad de los hechos.

Sesgo de anclaje: Juzgar una situación por la primera información disponible. Por ejemplo, si en una reunión el primero en hablar dice que un proyecto vale n-mil euros, el resto de opiniones girarán en torno a esa cifra.

Efecto bandwagon: Tendencia a opinar o actuar como el grupo. Recibe el nombre por el vagón que llevaba la banda de música en un tren de circo (yo nunca he visto un tren de circo, pero bueno). También se conoce como comportamiento gregario.

Efecto del falso consenso: Creer que las opiniones o creencias propias están más extendidas de lo que realmente están.

Sesgo de atribución hostil: Tendencia a atribuir una intención hostil a las acciones u opiniones de los demás.

El problema de los sesgos cognitivos, como decíamos, es que provocan juicios erróneos de forma sistemática. Lo que se traduce, técnicamente hablando, en decisiones irracionales. Y, coloquialmente hablando, en buscarnos problemas donde no los hay. Incluso conociéndolos, son difíciles de evitar, como me pasa a mí con lo del billete. A Kahneman se le ocurrió imaginar que el cerebro tiene dos modos de funcionamiento: el Sistema 1 y el Sistema 2. El Sistema 1, o implícito, es emocional, basado en patrones (los famosos heurísticos), y da respuestas de forma rápida. El Sistema 2, o explícito, es analítico, lógico, y da respuestas más lentas, que requieren un esfuerzo consciente. Los sesgos cognitivos provendrían del hipotético Sistema 1, cuya función es decidir con poco esfuerzo, casi automáticamente, para sobrevivir. Lo malo es cuando, por pereza o por lo que sea, utilizamos el Sistema 1 para decidir cosas en las que sería aconsejable usar el 2. Por ejemplo, votar al candidato más guapo y simpático en lugar de leer los programas electorales.  

Una forma de evitar los sesgos cognitivos es adquirir el hábito de aplicar modelos mentales que los contrarresten. Por ejemplo, contra el sesgo de atribución hostil habría que aplicar la navaja de Hanlon: no atribuir a la maldad lo que puede explicarse por la incompetencia.

En general, casi como regla de oro, yo recomiendo aplicar un modelo mental inventado por mí (*), que es el de la humildad cósmica. No lo explico porque creo que se entiende.

(*) Tal vez Kahneman y Tversky, o cualquier otra persona craquilla, ya hayan identificado este modelo mental y tenga un nombre. Por ahora, mientras no se demuestre lo contrario, me considero el inventor del concepto.


Deja un comentario