SIEMPRE he escuchado que el Premio Planeta de Novela viene a ser el «nobel español» de literatura. Pero hay una diferencia fundamental: el Planeta premia una novela (bueno, dos), mientras que el Nobel premia la trayectoria de un escritor o (menos frecuentemente) de una escritora. La causa hay que buscarla, como casi siempre, en el capitalismo: el Planeta lo concede una editorial, con el objetivo (legítimo) de vender libros; y el Nobel, una academia de eruditos suecos, como legado del «filántropo» que se montó en el dólar fabricando armas. Entre otras actividades en pro de la humanidad, Alfred Nobel (1833-1896) no solo inventó la dinamita, también fue el propietario de la empresa de cañones Bofors. No la fundó él, pero la modernizó introduciendo el acero en la fabricación y tal.
Pero recordemos que siempre hay un poco de yin en el yang, y un poco de yang en el yin (es lo que representan los puntos en cada yú del taijitu). Es decir, que en realidad el Planeta busca un ganador o ganadora famoso (para que tenga más tirón) y luego premia la verdadera mejor novela como finalista. Por su parte, el Nobel a veces tiene en cuenta una obra concreta, más que la trayectoria en sí del premiado, como es el caso del noruego Knut Hamsun, ganador en 1920 «por su monumental trabajo, La bendición de la tierra». Después, el bueno de Knut abrazó el nazismo y cayó, con razón, en desgracia. Pero esto ya es otra historia.
En general, los académicos suecos conceden el Nobel atendiendo a determinadas características de la trayectoria literaria de los candidatos, aunque sean un poco extrañas. Rudyard Kipling lo obtuvo en 1907 «en consideración de su poder de observación, originalidad de imaginación, virilidad de ideas y un talento extraordinario para la narración». Sí, han leído bien: virilidad de ideas.
Luego está el sospechoso caso de Winston Churchill, que lo ganó en 1953 «por su dominio de las descripciones biográficas e históricas, así como por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos exaltados».
Y de la oratoria pasamos a… la canción. Bob Dylan ganó el Nobel de literatura de 2016 «por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición estadounidense de la canción». Qué lástima que no le dieran un Grammy a Jorge Luis Borges, a falta del Nobel que nunca llegó.
En cuanto a los españoles, el primero en recibir el Nobel de literatura fue José Echegaray, en 1904, compartido con el francés Frédéric Mistral. Yo ni idea de Echegaray (ni de Mistral). No recuerdo ni haberlo estudiado en el colegio, pero se ve que era un polímata de la vida: dramaturgo, ingeniero y matemático. Le concedieron el premio «en reconocimiento a las numerosas y brillantes composiciones que, en una manera individual y original, han revivido las grandiosas tradiciones del drama español».
También lo recibieron: Jacinto Benavente, en 1922; Juan Ramón Jiménez, en 1956; Vicente Aleixandre, en 1977; y Camilo José Cela, en 1989.
La primera mujer ganadora del Nobel de literatura fue la sueca, claro, Selma Lagerlöf, en la edición de 1909, «en apreciación de su idealismo elevado, imaginación intensa y percepción espiritual que caracteriza sus escritos». Y la última, este mismo año 2024, la (sur)coreana Han Kang «por su intensa prosa poética que confronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana». Se ve que la prosa puede ser poética y la poesía, prosaica. Pero, en fin, el balance total es desfavorable para las mujeres, solo 18 frente a 103 hombres.
La proporción de mujeres ganadoras del Planeta es solo un poco mejor, 19 frente a 54 (he contado los tres de Carmen Mola como uno solo).
