Filipa se aburría como una ostra en Funchal, pero Vila Baleira, la minúscula capital de la minúscula isla de Porto Santo, era el acabose. Hasta el santo Job se hubiera colgado de la higuera más próxima de puro tedio. Para más inri, doña Henriqueta, su dama de compañía, que la llamaba «sobrina» sin serlo, era una solemne pelmaza. La misión en la vida de doña Henriqueta era darle el coñazo a Filipa, sin tregua ni medida. En consecuencia, el deporte favorito de Filipa, a falta de otro entretenimiento, era putear a doña Henriqueta.
No es de extrañar que Cristóforo fuera una refrescante novedad para Filipa. Era joven, bien parecido y, lo más importante, venía de Lisboa, la ciudad más cosmopolita del orbe. Como aliciente adicional, a doña Henriqueta le disgustaba (no había tenido la astucia de disimularlo). Y mientras más se disgustaba doña Henriqueta, más disfrutaba Filipa.
Nada más desembarcar en Vila Baleira, Filipa le propuso a Cristóforo dar un paseo por la playa.
―Siento mucho que tengas que proseguir tu viaje tan pronto ―la primera jugada de Filipa había sido empezar a tutear a Cristóforo delante de doña Henriqueta―. ¡Lo que daría yo por ir a Lisboa!
Se sentaron y Cristóforo empezó a dibujar un mapa sobre la arena.
―Madeira, Porto Santo ―marcó un punto con el dedo índice y puso encima una concha minúscula―, esta eres tú. Todo esto es la costa de África… España, Portugal… mira, aquí está Lisboa… el Mediterráneo… aquí está Génova, donde yo nací… Florencia, Roma… Sicilia… Grecia, Turquía, y aquí está Persia, la India, Catay…
―Y aquí hay unas islas ―dijo Filipa señalando a la izquierda de las Madeira.
―¿Ahí? No… bueno, en realidad no se sabe. Nadie se ha adentrado tanto en el océano. Todavía hay quien cree que la Tierra es plana y en el borde se abre un abismo habitado por monstruos.
―Sí que las hay, están en mi mapa.
Pobrecilla, tan mona y resultaba que estaba como una regadera.
―¿Tu mapa?
Filipa se puso de pie de un salto y le dio la mano a Cristóforo. Tiró de él para que se levantara.
―Vamos, lo verás tú mismo. Doña Henriqueta estará encantada de recibirte en casa.
Mientras se alejaban en dirección al pueblo, las olas, que rompían mansamente en la orilla, borraban poco a poco el mapa que Cristóforo había dibujado en la arena.
Cuando Filipa le mostró el mapa, Cristóforo no se cayó de culo porque estaba sentado. Era un mapa de vitela de unos cuatro por tres palmos. Aunque su estado de conservación no era del todo bueno y en algunos sitios era casi transparente, se podía leer sin demasiadas dificultades. Y sí, efectivamente, aparecía un grupo de islas en el centro del mar tenebroso. La leche.
―Yo tendría unos diez años ―comenzó Filipa―, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer… una tarde de tormenta, unos pescadores trajeron a casa a un náufrago que había aparecido en la playa… mi padre era el Gobernador… el pobre desgraciado estaba más muerto que vivo, helado, lleno de golpes, la ropa hecha jirones… muy trabajado por el mar…
Vale, el náufrago le había dado el mapa, pero Cristóforo no la interrumpió.
―Lo atendimos lo mejor posible… mantas, agua, un caldo caliente… volvió en sí y habló con mi padre, aunque me pareció que no era portugués. Al día siguiente, quiso volver a hablar con mi padre, pero no estaba en casa, entonces me dió el mapa y me hizo prometer que se lo entregaría a mi padre y a nadie más… después empezó a delirar y… bueno, murió.
―¿Y no cumpliste tu promesa?
―No pude, porque al día siguiente mi padre salió de viaje para Funchal y no volví a verlo con vida… unas fiebres. Una desgracia inesperada. Me afectó mucho, era solo una niña… no me acordé del mapa hasta mucho después. Y como a nadie parecía interesarle, lo guardé… hasta hoy.
Pues, desgracias aparte, había sido una suerte del carajo. Cristóforo comprendió que se encontraba ante el gran proyecto de su vida. Descubrir aquella tierra, un nuevo mundo (¡qué bien sonaba lo de nuevo mundo!), le traería fama y fortuna. El cerebro le funcionaba a toda máquina. ¿Qué hacía con Filipa? ¿Contaba con ella o la dejaba fuera?
―Filipa, escucha, este mapa tuyo… puede ser muy, muy importante…
―¿Ves las islas que te decía?
―Sí, mira, ¿ves esta línea? Representa el trayecto de ida hacia el oeste… estas son las Islas Canarias, es decir, a una latitud mucho más baja de lo que se ha intentado hasta ahora, ¿lo ves?
―Sí, ¿pero qué significa?
―Pues que probablemente aquí, desde las Islas Canarias, haya corrientes y vientos favorables. Todos los intentos de navegar hacia el oeste desde más al norte han fracasado. ¿Ves esta otra línea que llega al norte de Portugal? Creo que representa el tornaviaje, de oeste a este, para el que las corrientes y los vientos sí son favorables. Y claro, la clave para no perderte en una navegación como esta, tanto a la ida como a la vuelta, está en mantener constante la latitud… la latitud se puede calcular, pero la longitud es imposible, hay que tirar de corredera y calcularla a estima.
Además de guapo, listo. Filipa estaba impresionada, aunque no tenía ni idea de lo que eran la latitud y la longitud. Y seguía sin ver clara la importancia del mapa.
―Sigo sin ver clara la importancia del mapa.
―¿No te das cuenta? Revela la existencia de una tierra todavía desconocida… ¿te imaginas lo que podría haber allí? Riquezas, animales extraños, quizás otros hombres… Y además indica una ruta factible para navegar hacia el oeste… tal vez solo un par de grados al norte o al sur de las Canarias y ya las condiciones no serían favorables… Aunque esas islas fueran una quimera, la ruta del oeste permitiría llegar a Cipango, a Catay, a la India, ¿no ves lo que eso significaría? Esta información no tiene precio, Filipa.
―¿Y si el mapa es falso?
Era lo primero que Cristóforo había pensado, pero enseguida lo había descartado. El mapa era obra de un cartógrafo competente y todo encajaba. No, el mapa era auténtico, estaba seguro.
No tuvo tiempo de contestar, porque los interrumpió doña Henriqueta. Le hizo saber cortésmente que daba por terminada la visita. Por nada del mundo deseaban, ni su sobrina ni ella, ¿verdad que no?, distraerlo de sus ocupaciones, ¿no estaría esperándolo el capitán Fernándes?
Como es natural, Filipa le dijo que acababa de invitar a comer a Cristóforo, ¿verdad que era genial?, ¿sería tan amable de preparar otro cubierto? Y como doña Henriqueta seguía allí plantada, con el rostro congestionado y más tiesa que un cactus, se acercó a Cristóforo y le tomó la mano.
―¿Cuándo supiste que me amabas, querido amigo?
―Desde el mismo momento en que te vi. Eres tan hermosa…
