Las tribulaciones de un marinero en tierra

#239 Al otro lado (1/3)

Cristóforo abrió los ojos en la oscuridad y permaneció inmóvil para evitar el crujido de las sábanas. Escuchó el silencio. Cuando pensó que solo había sido un sueño, volvieron a sonar dos golpecillos en la puerta de su habitación.

―¿Quién es?

―Flavio…

El criado de Di Negro. A saber qué diablos habría pasado. Se levantó y abrió.

―¿Qué diablos ha pasado?

―Lamento haberos despertado… el señor Di Negro os necesita urgentemente en la María Uxía… sale con la marea para las Madeira… debéis apresuraros…

Así como quien no quiere la cosa. Vaya tocada de cojones.

―¿Y Pinarello?

―Ha sido apuñalado… anoche, en la taberna del Puerto Viejo… había un muchacho que… esto… bueno, en fin, ya sabéis… qué queréis que os diga… debéis apresura…

―¿Es grave?

―Han hecho llamar al cura… no os digo más… pero vos debéis apresur…

―Ya, ya, dile a Di Negro que voy enseguida.

¡Ay, Pino, Pino! Estaba cantado que iba a acabar mal. Y ahora tenía que hacerse cargo él del flete. Pero claro, no podía decirle que no al señor Di Negro. Lo había acogido en su casa cuando llegó a Lisboa con una mano detrás y otra delante después del naufragio y lo había tratado como a un hijo.

Encendió dos velas y preparó el petate. Antes de salir, enrolló con cuidado el mapa que tenía a medio hacer.

La María Uxía largó amarras justo al amanecer. Abandonó el estuario del Tajo arrastrada por el reflujo de la marea y salió a mar abierto. Viró a babor rumbo al cabo Espichel. Había mar de fondo y la vieja nao cabeceaba pesadamente en un hervidero de olas cortas e irregulares. Cristóforo se mareó. Qué asco de vida. Maldito Pino, que Satanás te confunda. No tuvo fuerzas para leer las instrucciones del señor Di Negro.

La nao navegó costeando hasta el cabo San Vicente. Un fresco terral de popa lo impulsó hacia el interior del océano en busca de los alisios. Cristóforo contempló cómo la línea de costa se hundía en el horizonte. ¡Claro que la Tierra era esférica! Se imaginó que navegaba al otro lado del mar.

***

La nao arribó a Funchal en la madrugada del decimosegundo día de navegación. Habían pasado la noche al pairo frente a la costa de la isla de Madeira y a Cristóforo se le había revuelto el estómago. Supervisó de mala gana la descarga: animales vivos, aceite, textiles, herramientas y algunos muebles.

El capitán de la nao, don Luiz Fernándes, y Cristóforo, como representante de la Casa Di Negro, fueron invitados a comer a casa del Gobernador. Entre los comensales había una joven guapísima. Cristóforo no le quitaba ojo, para disgusto de la señora de rostro avinagrado que se sentaba al lado de la joven.

―¿Quién es la chica, Fernándes? ―le preguntó Cristóforo al capitán, cuando salieron al jardín después de comer.

―Filipa, la hija de don Bartolomeu Perestelo, nada menos… que fue el descubridor, o codescubridor más bien, de estas islas. Fue el primer gobernador de Porto Santo.

Como si los hubiera escuchado, se acercó a ellos la vieja dama cara de vinagre y se dirigió a Cristóforo.

―No se hizo la miel para la boca del asno, señor mío.

Sin anestesia. El capitán Fernándes se quitó de enmedio murmurando algo sobre un vaso de vino.

―¿Sabéis cómo se hace entrar en razón a un asno? Se le propina una patada en cierto sitio.

No se andaba con chiquitas, la buena señora.

―Me queréis mal, señora, decidme al menos de qué me acusáis ―dijo Cristóforo.

―No os hagáis el loco… si no le habéis quitado la vista de encima. No pensaréis que un simple mercader como vos… un fenicio… ―hizo un gesto con la mano para apartar una visión de pesadilla― con mi sobrina… ¡Hasta ahí podríamos llegar!

―Imaginaciones vuestras. Me ofendéis.

―Me ofendéis vos negándolo. Sóis un descarado. Ah… los jóvenes de hoy en día. El señor Pinarello sí que sabe comportarse con las damas.

―¡Pinarello, un caballero!

―No he dicho tal cosa, no me toméis por necia. Pero, como sin duda sabréis, al señor Pinarello, por decirlo así… no le gustan… ejém… las mujeres. Al menos puede una estar tranquila.

Cristóforo estaba a punto de decirle que el bueno de Pino probablemente había pasado a mejor vida en una trifulca de taberna, cuando los interrumpió el capitán Fernándes.

―Doña Henriqueta, su excelencia el Gobernador me ha informado de que deseáis regresar a Porto Santo en los próximos días. Me he apresurado a poner la María Uxía a su disposición. Para mí será un gran honor recibiros a bordo… a vos y a vuestra sobrina Filipa…

Toma ya, por lista, bruja cara de vinagre. Cristóforo hizo una reverencia.

―Pemitidme que os dé las gracias, en nombre de la Casa Di Negro, por el honor que nos dispensáis, querida señora. Tened por seguro que, para este humilde mercader, vos y vuestra sobrina Filipa seréis sin duda el cargamento más preciado a bordo.


Deja un comentario