EL CORREO electrónico es uno de los servicios más veteranos, básicos y poco glamurosos del internete. Sin embargo, quién lo iba a decir, se ha convertido en el verdadero pilar de la digitalización.
¿Y eso por qué? [Pegunta retórica].
Porque en las interacciones presenciales la gente se ve mutuamente el careto, pero en las comunicaciones remotas no. La engañifa está a la orden del día. En una conversación telefónica se puede intentar imitar la voz de otra persona, y en las cartas postales, la firma y la letra (si son manuscritas) son fácilmente falsificables. Pero al menos son indicios válidos sobre la identidad de los interlocutores. Cosa que no sucede para nada en internet, donde la suplantación es tan sencilla como peligrosa. Por eso es crucial habilitar mecanismos para saber quién está al otro lado.
¿Entonces, cómo va a ser el correo electrónico el pilar de la digitalización si es súper fácil de falsificar y no garantiza la identidad de los interlocutores? [Segunda pregunta retórica con pinta de ser verdad].
Efectiviwonder, el correo electrónico no es un certificado digital. De hecho, estrictamente hablando, ni siquiera identifica a las (ciber)personas. Es una dirección virtual que funciona igual que una dirección postal, es decir, indica el lugar donde «vivimos» en internet y donde se nos puede localizar. Las direcciones postales están organizadas en una jerarquía de país, región, ciudad, distrito y calle. Las direcciones de internet, en una jerarquía de dominios y subdominios hasta llegar al servidor de correo (que aloja nuestro buzón).
Pero si se utiliza esa dirección virtual de forma combinada con un proceso de registro (durante el alta en un servicio) que incluya algunos indicios adicionales, puede convertirse en un identificador bastante sólido, además de ser el punto de contacto, claro. Esos indicios pueden ser presenciales (decir nuestro correo) o campos de un formulario, como como el teléfono, la propia dirección postal, datos bancarios, etc.
El correo electrónico se ha convertido en una especie de «DNI de internet» para todos los servicios que usamos, que cada vez son más, a medida que avanza la digitalización: compañías aéreas, de agua, electricidad, seguros, telecomunicaciones, bancos, hoteles, alquiler de coches, plataformas de streaming… nos damos de alta y nos identificamos en todas esas plataformas con nuestro correo electrónico, y todo nos llega a través de él. El correo electrónico es nuestro verdadero punto de unión con internet.
Por eso, ahora mismo, la dirección de correo electrónico es la información más codiciada por las compañías que operan en internet, o sea, todas. Y todas nos quieren vender algo. Google, por ejemplo, no es una empresa tecnológica, sino una agencia de publicidad gigantesca, que utiliza la tecnología como un simple medio para vender. Por eso, después de inventar su magnífico buscador (cuyos resultados están totalmente sesgados, por cierto), se dedicó a proporcionar cuentas de correo electrónico «gratuitas», con la intención de saber dónde vivimos en internet y llevarnos la publicidad personalizada a la puerta de casa.
Incluso los creadores de contenidos, en las típicas plataformas de redes sociales, se han dado cuenta del valor de poseer las direcciones de correo electrónico de sus suscriptores. Les permite independizarse de las plataformas, y llegar directamente a su público, en el caso de que éstas les aprieten las tuercas cambiando unilateralmente las condiciones. Por eso están proliferando las newsletters en plataformas como Substack.
Con este panorama, la contraseña más importante que hay que custodiar es, ¡tachán!, la del correo electrónico. De hecho, yo he dejado de recordar las contraseñas de los servicios que utilizo solo esporádicamente. Le doy a la opción de «recordar contraseña» y me envían una nueva a mi correo electrónico. Hace ya un montón de palikes comenté que he contratado una cuenta de correo de pago, en un proveedor que, en teoría, no lee los correos electrónicos, como sí hacen Google, Microsoft y otras compañías (por supuesto, con el consentimiento de los usuarios, al haber aceptado los términos y condiciones del servicio).
Así que mucha precaución, amigo conductor, con tu contraseña y con compartir alegremente tu dirección de correo electrónico. Que sepas que vale su peso en oro.
