LA TEORÍA clásica del color se basa en la existencia de unos colores primarios, a partir de los que se puede obtener el resto. Por ejemplo, el libro Cómo hacer grabados y pinturas, de cuando yo era pequeño, explica que los colores primarios son el azul, rojo y amarillo, y que mezclándolos se obtienen los secundarios. Del azul y amarillo sale el verde; del rojo y amarillo sale el naranja; y del azul y rojo sale el morado (sic). Y en general, jugando con las proporciones de las mezclas, de los tres primarios se puede sacar cualquier otro color.
Eso solo es parcialmente cierto. La mezcla de pigmentos o tintas funciona de forma diferente que la mezcla de luz. En el primer caso hay un proceso sustractivo (cada tinta absorbe una región del espectro) y en el segundo, aditivo. Los verdaderos colores primarios son el rojo, verde y azul. En la práctica, con los colores primarios de mi libro infantil, aunque se utilicen en su máxima concentración, no se podría obtener el negro. Por eso los sistemas de impresión incluyen el negro como cuarto color.
Pero no quiero enrollarme con la física de los colores. Me interesan más los procesos de percepción, que dependen de aspectos neuro-fotoquímicos y psicológicos.
Una de las cosas más curiosas es que la percepción del color depende de la intensidad de la luz. Si la intensidad es muy baja, las cosas se ven incoloras (en gama de grises). Es lo que sucede en el proceso de adaptación a la oscuridad, como al apagar la luz de una habitación bien iluminada. Ocurre porque con baja intensidad interviene un tipo de célula del ojo (los bastones) y con alta intensidad interviene otro (los conos). Es decir, que la adaptación a la variación de la intensidad luminosa no se realiza con un solo tipo de célula, sino traspasando la tarea de un tipo a otro. Los bastones ven mejor hacia el azul y los conos pueden ver la luz roja profunda, imperceptible para los bastones (para los bastones, la luz roja es negra). De esta forma, las áreas claras y oscuras de un dibujo visto con poca luz, cambian completamente, incluso se invierten, si se ven con más luz. Este fenómeno se conoce como efecto Purkinje.
Los bastones y los conos no están repartidos de forma uniforme por la retina, sino que hay más bastones en la periferia. Esto produce otros efectos interesantes. Uno es la llamada “miopía nocturna” (se ve peor a partir de la puesta del sol). Otro, la dificultad de distinguir un color en el borde del campo visual (se puede comprobar fácilmente llevando un objeto pequeño desde un lado hasta situarlo frente al ojo). Por contra, la periferia de la retina es más sensible al movimiento (por eso se puede ver muy bien con el rabillo del ojo un bicho que se mueve), lo que parece un atávico mecanismo para detectar amenazas.
Como la percepción del color depende de tantos factores para los humanos y (se supone que también) para otros animales, como perros y abejas, he formulado mi propia teoría del color:
Los colores «primarios» son los que se nombran con una palabra abstracta, como el blanco, rojo, amarillo o azul.
Los «secundarios puros» son los que se denominan mediante una analogía con una entidad del mundo real, como el plata, champán, salmón o esmeralda.
Los colores «secundarios mixtos» son derivados de los primarios, añadiendo una analogía con una entidad del mundo real, como el verde hierba, amarillo canario, rojo teja o azul marino.
Los colores «terciarios simples» son como los secundarios mixtos, pero la analogía es indeterminada o no se corresponde con una entidad del mundo real, como el rosa palo, blanco roto o morado obispo.
Por último, los «terciarios complejos» son similares a los terciarios simples, pero complejos. Por ejemplo, los siguientes, sacados del catálogo de una conocida marca de coches: rojo jacinto magno exclusivo, marrón místico brillante o arena desértica estándar.

