LOS ANTIGUOS egipcios creían que el Nilo, Hapi, era un dios. Lo representaban como un señor gordito (con su barriga y tal). Llevaba una corona de plantas acuáticas en la cabeza y sandalias en los pies, que eran signo de riqueza. Las figuritas de Hapi y de su esposa Rapyt, hechas de metales o piedras preciosas, eran súper populares entre la peña.
Justo cuando debía empezar la crecida del río, hacían ofrendas a Hapi en los templos. Y dos meses tarde, cuando había llegado al máximo y el nivel del agua empezaba a bajar, repetían las ofrendas. Este periodo de cuatro meses era la primera estación del año, akhit (la inundación), aunque no comenzaba exactamente con la crecida del río, que era difícil de observar, sino el primer día que aparecía Sirio por encima del horizonte, lo que consideraban una manifestación de la diosa Isis.
No caiga en la tentación, amable lector o lectora, de pensar que nuestros amigos egipcios eran unos paletos ignorantes por creer que los cambios en el caudal del río estaban vinculados a sus cutre-ofrendas a un señor gordito. Tengo la teoría de que sabían perfectamente que las crecidas estaban provocadas por las lluvias en las lejanas tierras del sur donde nacía el Nilo. Tenían sus exploradores y sus cosas, y la cabeza bien amueblada. Me parece más probable que las ofrendas fueran ritos de agradecimiento (nadie se burla de la “acción de gracias” de los norteamericanos actuales) o incluso que fueran simple poesía. Decir que la inundación son las lágrimas de Isis es mucho más guay.
Sin ir más lejos, cuando yo era pequeño, se decía que el cielo rojo al atardecer era porque la virgen estaba planchando. Es exactamente lo mismo, ¿no? Mi conclusión es que los antiguos egipcios no eran idiotas, sino poetas. O agradecidos. O las dos cosas.
Podríamos llamar a esta forma de pensar «la navaja de Hapi»: No atribuyas a la estupidez lo que puede ser explicado por la poesía o el agradecimiento.
