NO SÉ si a usted le pasa lo que a mí, que en los últimos tiempos todo el mundo habla de “líneas rojas”, sobre todo los políticos, pero yo nunca he visto ninguna, ni en la vida real ni en los mapas. He visto líneas blancas, amarillas, azules o verdes, pero nunca he visto que se utilicen líneas rojas para delimitar un non plus ultra.
Haber, no estoy diciendo que no existan. En algún lugar del orbe habrá una línea roja que señale un límite infranqueable. Me refiero a que yo (en persona personalmente) no he visto que se usen de forma habitual, es decir, que la peña no está viendo líneas rojas por ahí todo el rato, en las calles, aeropuertos o centros comerciales. Por eso me llama la atención que si alguien dice “línea roja”, todo el mundo sepa perfectamente de lo que está hablando.
La “línea roja” es un constructo mental basado en la particular psicología del color rojo, que los humanos occidentales (y por efecto de la globalización, casi todos los demás) asociamos al peligro. Si un conductor o un peatón se salta un semáforo en rojo, se expone a una colisión o un atropello de desagradables consecuencias.
¿A qué peligro se expone un político si se salta una metafórica “línea roja”? Evidentemente, a ninguno. Es más, una línea es una línea (*), lo que significa que puede ser traspasada tan ricamente (por muy roja que sea). Tal vez por eso los políticos usen la expresión “línea roja” en lugar de “foso lleno de cocodrilos” o “valla eléctrica de 20.000 voltios”.
(*) La frase “una línea es una línea” es igual de estúpida que “fútbol es fútbol” o “el mapa no es el territorio”. Si triunfa, recuerde que fui el primero en decirla.
