LA PALABRA “lujo” viene de la voz latina “luxum”, que significa algo fuera de lugar. Por eso un hueso que se sale de su sitio es una luxación.
Es decir, que todas las cosas que nos parecen lujosas (paredes revestidas de caoba o grifos de oro, por decir algo) están fuera de lugar, son absurdas e innecesarias. Para tener este tipo de cosas hace falta pasta (mientras más fuera de lugar, absurdas e innecesarias, más pasta). Mientras más pasta, más exclusivas. Mientras más exclusivas, más felices sus poseedores (los gorditos, en terminología de un amigo mío) y más infelices todos los demás (los flacos).
Pero atención, la felicidad de los gorditos se nutre de la infelicidad de los flacos: si los flacos no desearan tener un bolso de Luis Vuitón, los gorditos no lo comprarían. La clave para que el sistema funcione es que los flacos no pierdan la esperanza de llegar a ser gorditos algún día. La transición de flaco a gordito se llama sueño americano. Las marcas saben todo esto y muchas de ellas sacan una línea más asequible destinada a los flacos que se vienen arriba, para alimentar las aspiraciones del resto de flacos. Curiosamente, los logos de estos productos son más grandes (para que se vean más, claro) que los de la línea pata negra. Puede comprobarlo personalmente, amable lector o lectora, echando un vistazo en la milla de oro de su suidad.
Para salir de esta rueda de hámster (o carrera de la rata) hay que tener cabeza y recordar que “lujo” viene de “luxum”, que significa fuera de lugar. Y desear lo que está fuera de lugar es tontería. Como decía mi tío Anatolio, que era peluquero: el postureo lo carga el demonio.
P.S.: No tengo ningún tío Anatolio. Es un chascarrillo homenaje a un personaje de ficción.
