LA CLASE sobre sexualidad fue posible porque el colegio había dejado de ser religioso. Los curas lo vendieron con los niños dentro, mi hermano pequeño y yo entre ellos, tras la muerte de Franco. Recuerdo el día que en clase nos repartieron el último mensaje de Franco y el primero del Rey, impresos en unas cartulinas un poco mayores que un folio. Tuvo que ser a finales de 1975. A los dos años, los curas vendieron el colegio y pusieron pies en polvorosa. Debieron asustarse por algo. Así que tuve que terminar la EGB (Educación General Básica) en un colegio privado (todavía no se habían inventado los concertados) en el que seguía impartiéndose religión, pero ya sin curas. Tuve dos profes de religión laicos (una profe y un profe). La profe, de mediana edad y cuyo nombre no recuerdo, no podía con nosotros: solía terminar llorando en un rincón y murmurando «perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen». El profe, don C, era un chico bastante joven (si me parecía joven siendo yo un mico, es que era realmente joven). Se quedó impresionado con un trabajo que hice sobre San Pablo y me felicitó delante de la clase. No lo copié de internet porque no existía, lo copié de la enciclopedia Monitor que había en casa. Me contaron (yo no lo vi) que el año siguiente don C intentó tirarse desde una ventana del segundo piso porque los niños (y niñas) lo sacaron de quicio.
Mi hermano pequeño corrió distinta suerte con la venta del colegio: mis padres lo cambiaron al Colegio Alemán. Y ellos (mi padre y mi madre) se matricularon en clases particulares de alemán. No sé si a mi madre le gustaba el alemán. En esa época las mujeres casi siempre le seguían la corriente a sus maridos y no estaba bien visto que un hombre casado realizara una actividad extrafamiliar, por decirlo así, sin su mujer. Para redondear la inmersión en la cultura alemana, los domingos íbamos a comer salchichas y kartoffelsalat a un restaurante llamado, como no podía ser de otra manera, Taberna Alemana. A mí me gustaba, aunque todavía no podía beber cerveza. Dejamos de ir cuando algunos de nosotros nos intoxicamos (creo que yo no), probablemente con la kartoffelsalat de marras, que era una especie de ensaladilla con mayonesa (también hay versiones sin ella, según la zona de Alemania). Para no ser menos, yo tenía un amigo, compañero de clase, alemán. Bueno, semialemán: padre español y madre alemana. Salió a la madre, era alto y rubio. Su hermano pequeño era más moreno, pero seguía teniendo cara de alemán. Mi amigo me contaba que Alemania era un país superavanzado y yo, como españolito en blanco y negro, me sentía un poco acomplejado. Teníamos el proyecto de construir una barca y un sábado me invitó a su casa para empezarla. Mi padre me prometió que me llevaría, pero luego no lo hizo. Recuerdo estar esperando en casa hasta que “vaya, se ha hecho demasiado tarde, otro día será”. Meses más tarde, mi amigo dejó de venir a clase durante un par de días porque su padre había muerto inesperadamente. Trabajaba en una empresa que extraía gas natural en Libia y se produjo una explosión que lo volatilizó. La historia me dejó impactado. Era la primera vez que tenía un amigo huérfano. Bueno, semihuérfano.
