Las tribulaciones de un marinero en tierra

#192 (con)figuraciones (6)

HASTA aquel momento mi única fuente de información había sido un libro ilustrado (con ilustraciones), que andaba por casa, titulado «Cómo se forma una familia». La cosa era como sigue: Una chica va caminando despreocupadamente por la calle. La, la, la. De repente empieza a llover. La chica ya se ve empapada hasta los huesos y pillando una pulmonía, cuando aparece un chico con un paraguas y le ofrece protección. Se enamoran instantáneamente. A ella le parece que él es fuerte y formal, y a él, que ella es dulce y guapa. Lógicamente, deciden casarse. A continuación aparecía el dibujo de la boda (que llamaré dibujo A) y, en la siguiente página, el dibujo de la chica con un bebé en brazos, en la cama de un hospital, con el ufano padre de pie a su lado (que llamaré dibujo B). Pero ni rastro de lo ocurrido entre los dibujos A y B. Después aparece la familia al completo (han tenido dos hijos más) en diversas escenas cotidianas llenas de felicidad: el padre llevando a sus retoños al cole, en su potente automóvil, mientras la madre los despide desde la puerta de casa; sentados a la mesa mientras la madre les sirve la comida; en misa de domingo; en fin…
En un curso de lo que ahora sería primaria (no recuerdo exactamente cuál), nos dieron una clase (solo una) sobre sexualidad, con el consiguiente revuelo entre el personal infantil. Por fin se desvelaba el misterio (para mí) de lo que sucedía entre los dibujos A y B. El profe que nos dio la clase, don M, lo llamó «el acto» y «el coito». Habló de aquel tema, hasta entonces tabú, con precisión y naturalidad de biólogo. Por lo visto, no era nada nuevo para ninguno de mis compañeros de clase, así que les seguí la corriente y disimulé para no quedar de pardillo. En casa no dije ni pío, aunque me imaginaba que los del cole habrían informado previamente a los padres (o pedido permiso, más bien). En realidad nunca lo supe, porque, si yo no dije ni pío, mis padres no dijeron ni mu.


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