Las tribulaciones de un marinero en tierra

#172 La ciudad que no existe

ESTOY sentado en la última fila del bus viendo las casas pasar. De pronto me doy cuenta de que no vamos por el camino habitual. Pienso que me he equivocado de línea, pero desde dentro no tengo forma de comprobarlo. A ver si la próxima parada me da alguna pista.

Entonces veo la ciudad que no existe. La reconozco en seguida, aunque en esta ocasión está a las orillas de una ría. La marea está baja y se ven unos farallones de roca y unos islotes. Es la primera vez que la ciudad que no existe tiene costa.

En realidad no es una ciudad, sino una parte de la ciudad. Pero tampoco es un barrio. Es tan grande como la ciudad misma. Tiene sus bares y sus bibliotecas. Pero no voy casi nunca si no es en sueños.

No es mi ciudad, pero tengo la sensación de haber vivido en ella en algún momento. Supongo que en la parte que sí existe, claro. Me trae recuerdos que no puedo ubicar. No sé si son recuerdos de experiencias o de sueños. Todo es muy confuso.

El bus se detiene en un pequeño atasco. Delante hay varias motos paradas. Una chica en moto empuja con violencia a otro motorista y consigue pasar. Los pasajeros del bus se indignan y la increpan. Yo comento que la chica no lleva casco. Mientras se aleja calle arriba, veo que en realidad no va en moto, sino en patinete eléctrico. Pero pienso que en patinete también tendría que llevar casco.

El chico que tengo al lado me dice: “ya estamos llegando”, y me cuenta que ha venido para ingresar en el ejército. No le digo que simplemente está en mi sueño y no tiene futuro. Le contesto que yo no quería venir a esta parte de la ciudad y voy a tener que regresar. Pienso si volveré andando. Apenas es un paseo, pero la ciudad que no existe es desconcertante. Creo que la última vez me perdí.

Al final decido regresar en bus y me acerco al conductor para preguntarle. Veo que está sentado en el lado derecho. Es un señor mayor cargado de espaldas y sin cuello. Como un muñeco de trapo. Cuando intento hablarle no me salen las palabras. No me agobio, porque sé que estoy soñando. Pero no me apetece tener que regresar andando y volver a perderme.

Se me ocurre una idea: quedarme para siempre en la ciudad que no existe: no despertar.


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