UNA DE las principales causas de todos los males que afligen a la humanidad es la falta de redondez. Nuestra forma de ser y nuestros objetos se han vuelto demasiado rectos y cuadrados.
Los antiguos griegos pensaban que el Poder del Mundo actuaba siempre en círculos, porque el círculo era la forma geométrica perfecta y todo tendía a la redondez.
Según Anaxímenes, el círculo dividía el territorio en cuatro regiones, representadas por un color: El este (rojo) proporcionaba luz, el oeste (negro), lluvia, el sur (amarillo), calor, y el norte (blanco), viento y frío. (Los griegos del hemisferio sur lo decían al contrario, lógicamente).
Tenían claro clarinete que el firmamento, el sol, la luna, la tierra y el resto de planetas eran redondos. Y que se movían en círculos, por supuesto.
La vida del hombre, decía Anaximandro, es un círculo de infancia a infancia.
Por eso, viendo cómo anda el orbe, creo que hicimos mal en abandonar el círculo y la redondez. Las cosas cuadradas, con sus ángulos y aristas, no tienen poder ni armonía. Así que propongo recuperar el círculo, de forma inmediata, empezando por los objetos que nos rodean: las casas, los libros, los móviles, las calles (la distancia más corta entre dos puntos es la línea curva). Lo redondo conduce a la felicidad. ¡Todo redondo ya!
(Ahora me ha entrado la duda de si esto del círculo lo decían los antiguos griegos o los indios sioux. Ya no sé si eran Anaxímenes y Anaximandro o Alce Negro y Oso Erguido).

