DESDE que era pequeño me ha parecido dudosa la capacidad del perro como bicho guardián de casas y fincas. Por un motivo muy simple: su condición de “mejor amigo del hombre” (y de la mujer).
La misión de un perro guardián es triple. En primer lugar, disuadir a los potenciales intrusos. Para eso no tiene ni que existir. Basta con poner el típico cartel de “cuidado con el perro”. En segundo lugar, dar la alarma, gruñendo o ladrando, para advertir a los humanos de la casa, si es que están. En tercer y último lugar, impedir el acceso enfrentándose físicamente a los intrusos.
Pero la experiencia demuestra que no es difícil «desactivar» un perro guardián mediante caricias y cucamonas (yo no podría, pero hay gente que tiene buena mano con los bichos en general y los perros en particular) o simplemente liquidarlo con una chuleta envenenada (yo tampoco podría, ni idea de cómo se envenena una chuleta).
Desde que leí, cuando era pequeño, los libros de Carmen Kurtz protagonizados por Óscar, un niño que tenía como mascota una oca llamada Kina, me parece que el mejor bicho guardián es precisamente la oca. Hace un escándalo de mil demonios y se vuelve tan agresiva como para hacer frente (con éxito) a un humano adulto. Con el cuerpo erguido, el cuello estirado y las alas desplegadas, es un rival formidable. El pico no es su única arma, puede romperte un hueso golpeándote con el “codo” de las alas. Como es un bicho no tan doméstico ni tan listo como el perro, la oca no puede ser desactivada con carantoñas (ni con chuletas envenenadas).
Un precedente histórico confirma mi teoría de que las ocas son preferibles a los perros para guardar la casa. Unos siglos antes de que Julio César conquistara la Galia, los galos atacaron y saquearon Roma. Solo se salvó el Capitolio, gracias a que las ocas sagradas de Juno dieron la alarma, cosa que no hicieron los perros. No cuentan las crónicas si fueron desactivados con carantoñas y cucamonas o liquidados con chuletas envenenadas, pero el caso es que no dieron la voz de alarma. A partir de entonces, los romanos (que eran más brutos que un arado) una vez al año conmemoraban el ataque galo crucificando un par de perros, como chivos expiatorios de la desidia de sus antepasados. Las invitadas de honor a la ceremonia no eran otras que las ocas de Juno (bueno, sus descendientes), que eran llevadas sobre mullidos cojines dorados a contemplar, con ornitológica indiferencia, tan deplorable espectáculo.
Si usted, amigo lector o amiga lectora, necesita un bicho guardián, ya lo sabe: cuidado con el perro.

