UNA DE mis actividades favoritas cuando visito una ciudad es callejear sin rumbo ni objetivo. Me gusta pasear sin prisa, meditando, observando y, eventualmente, descubriendo algo interesante (para mí): una casa, un árbol, una plaza, un bar, un cartel o cualquier chorrada. Evito las zonas más típicas y turísticas, prefiero recorrer los barrios donde vive y curra la peña. Y, por supuesto, nada de teléfono móvil con GPS; como mucho, un planito de papel en el bolsillo para consultar discretamente en caso de extrema necesidad.
Los franceses llaman flâneur a la persona que hace esto, aunque con una connotación más de actitud ante la vida que como pasatiempo. Para mí es un simple hobbit, soy un flâneur ocasional porque no viajo tanto como me gustaría. En mi ciudad soy un paseante cualquiera, la tengo más vista que el tebeo y ya no puedo perderme en ella, aunque (casi) siempre descubro algo nuevo.
Algunos tips para flâneurs:
Para encontrar bares y restaurantes guays lo mejor es seguir a la gente a la hora del desayuno o el almuerzo. Hay que fijarse en los pequeños grupos que salen de los curros con pinta de ir a tomarse algo, y ver a dónde van. Esto siempre me ha funcionado muy bien. Obviamente, para el verdadero flâneur, Internet y los servicios tipo Tripadvisor no existen. No los critico para nada, pero no están hechos para el flâneur.
La discreción en el vestir es fundamental para el flâneur. No debe ir como un típico turista, a riesgo de ser considerado un cuerpo extraño en la mayoría de lugares de la ciudad. El atuendo más dantesco es el de “explorador” que se ha popularizado con la irrupción del Decathlon. Igual que antes, no lo critico, pero hay que evitarlo a toda costa. Tampoco se deben llevar cámaras fotográficas ni andar con el móvil en la mano. Fotos, las justas. Mi única concesión en el vestir es una gorra bastante corriente que, cuando no la tengo puesta, llevo doblada en el bolsillo.
Las ciudades van cambiando a lo largo del día. Aunque al flâneur le gusta madrugar, debe recorrer (aproximadamente) las mismas zonas a distintas horas. Tampoco es lo mismo un día laborable que festivo. Siempre se debe preferir el primero, dentro de las posibilidades logísticas del flâneur.
El flâneur debe huir de los “parques temáticos” como del agua sucia. Cada vez se hace más cuesta arriba distinguir lo auténtico de la farsa preparada para el incauto turista, pero el verdadero flâneur, además de una aguda capacidad de observación, debe ser escéptico por naturaleza. Son los tiempos que vivimos, qué le vamos a hacer.
