Las tribulaciones de un marinero en tierra

#158 Reuniones

LAS REUNIONES son como todo en la vida: si se usan bien son bastante útiles (sobre todo en el curro) y si se usan mal son una matraca del copón.

Mi experiencia personal es bastante desalentadora. La mayoría de las reuniones a las que asisto son inútiles, una pérdida de tiempo y una brasa. Aunque también son una oportunidad de observación antropológica (amateur, en mi caso) y fuente de diversión.

Durante una época tuve la costumbre de llevar a las reuniones una agenda de Bob Esponja (de tapas amarillas, llena de pequeños Bobs Esponjas) y un boligráfo con forma de pez, de color plata brillante, parecido a los señuelos que se usan para pescar atunes.

Un compañero (y, sin embargo, amigo) llevó una vez un lápiz de medio metro de largo. No recuerdo dónde lo consiguió, pero daba el cante total. Era una reunión con gente de fuera y el jefe que teníamos entonces, un narcisista pelmazo, se cabreó al máximo y le dio el toque. Como venganza, el compañero empezó a exhibir en las reuniones su flamante iphone (no estoy seguro de si era el 4 o el 5), que en esa época era más exclusivo que ahora; los simples mortales teníamos Nokias o Ericssons no “inteligentes”. A mí me miraba mal, pero nunca se atrevió a decirme nada sobre mi agenda de Bob Esponja y mi boli de pez.

Otra costumbre que tengo desde entonces es siempre decir algo en las reuniones en las que no tengo nada que aportar pero me llevan para hacer bulto (como en las películas de abogados). Ojo, que no soy de los que disfrutan escuchándose a sí mismos dando la turra a sus semejantes. No soy tan descerebrado ni tan perro. Lo que hago es preguntar algo genérico de tipo “¿existen restricciones administrativas relevantes para la viabilidad del proyecto?” y luego hacer como que tomo nota. Un simple divertimento. Si no quieres que hable, no me lleves.

En estos años de reuniones matracas no me he limitado a (intentar) divertirme observando a la fauna, también he aprendido cosas útiles. Si soy yo el convocante, hago lo siguiente: nunca programo una reunión de más de 30 minutos (y cumplo estrictamente la hora de finalización), incluyo un orden del día con puntos numerados (esto me permite interrumpir a los que se enrollan con un “pasamos al punto número …”), hago una ronda final para que cada persona sepa exactamente lo que le toca hacer, y, siempre que puedo, la programo para última hora (así no estropeo las horas más productivas del día y la gente se da más prisa por terminar).


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