EL CANDIDATO no ha salido elegido para ninguna de las dos Administraciones a las que se presentaba.
En la tele conectan (brevemente) con la sede local del partido. Todo es estupor y desolación. Se ve al candidato recibiendo abrazos de condolencia de sus acólitos. No pudo ser. Abandonan la sede cabizbajos; el último, que apague la luz. En el plató, los analistas comentan (brevemente) la debacle. A nadie le interesan las causas. El más original afirma que es la crónica de una muerte anunciada y los demás asienten. A otra cosa, mariposa.
El candidato sabía que las encuestas no pintaban bien para su partido, pero obviamente se referían a otros territorios donde no tenían un líder como él. En un momento de debilidad había dudado si cambiarse de partido. Pero en general no gustan los paracaidistas y, además, qué c#jones. Decidió tirar palante y montó una «plataforma de escucha», cuyo acto principal había sido una fiestuqui a todo tren (pagada con dinero público directa o indirectamente). El éxito había sido rotundo. Todo fueron sonrisas, abrazos y parabienes para su proyecto político. Había «palpado» el sentir de la ciudadanía que él estaba llamado a liderar.
Hoy está un tanto confuso. No acaba de creerse los resultados. No le salen las cuentas de los (escasos) votos recibidos. La gente no es de fiar, no cumplen lo que prometen. O es que son idiotas, ¿cómo no se dan cuenta de su valía, de sus grandes ideas, de su capacidad de gestión y de liderazgo? ¿Acaso no le deben favores? El móvil ha dejado de sonar. Él ha hecho algunos intentos y todo son llamadas perdidas o amables excusas. Don fulanito no puede ponerse ahora, ¿desea dejarle algún recado? Las redes sociales son un desierto, lo que daría por un poco de hate. El escalofrío de la irrelevancia recorre su espalda.
(Salgo a la calle esperando ver la foto del candidato, pero el ayuntamiento ha retirado los paneles. No sabía si los iban a dejar para las elecciones generales de julio, pero seguramente lo tenían contratado con una empresa. Mejor así).
